Te adoro, te bendigo santísima
corona de espinas, te admiro
oh mi Jesús divino ensangrentado,
sufres por mí, sufres por nosotros
dulzura de mi alma,
te pido perdón y perdona a la humanidad,
por mis pecados y por todos los pecados
del mundo entero.
Eres insuperable, me enseñas
el dolor del alma, el dolor
que presientes en el más allá,
aire que inspiras y expiras
para darme aliento en mi vida.
Por eso te ensalzo con todo mi ser,
¡Ay cuánto ultraje y llanto
en tu bello rostro mi Cristo!
Esos pinchazos que gritan
más que las lágrimas de parto.
Contemplo ese rostro lleno de espinas,
tanta sangre derramada en tu venerable cabeza y más los golpes
formando hinchazones, todo mi ser
se vuelve luto cuando te miro
sufriendo de tal manera.
Nunca, nadie ha tenido
todas esas burlas, esos azotes,
el más burlado de todos los burlones.
Aún así te quiero, te amo,
no dejo de pensarte,
grabo tu cara en mi interior,
estás dentro de mí Jesús Crucificado.
Eres mi Rey, la corona bien merecida
después de la muerte, Gloria
y Honor a todo ser amado,
el encanto de mis encantos,
quiero permanecer contigo,
en ese momento cuando te vestían
de un manto color púrpura,
luego de darte todas las amarguras
que causaron dolores de cabeza
en tu corona de espinas.
Quisiera verte una vez más,
en mi mente y corazón,
en mis llantos y tristezas
para que te apiades de mí
y tengas misericordia.
Gracias mi Jesús divino
por dar tu vida por mí, por ti y por todos.
¡Bendito seas, santo, santo, santo,
es el Señor, llenos están el cielo
y la tierra de tu gloria!
¡Amén, amén, amén! |