Los fuegos,
tan ansiosos,
tan esperados,
se levantan sobre las calles
y sobre los cuentos
dentro de la ciudad sitiada.
Las múltiples voces marcan el paso.
La unidad de los cristales se refracta sobre la plaza.
La vida atraviesa un mundo voraz e iluminado.
Los perros ladran,
quieren comprender
y se arriesgan.
Anhelan morder,
pero no saben a quién hacerlo.
Por instantes se les olvida las ansias,
pero el hambre nunca se olvida,
mucho menos la inquietud
o la indigencia.

Y el mar,
alabado hasta el hartazgo
por tantos poetas,
se muestra tan placentero
frente a tus propias ruinas,
o se desborda como un cálido espasmo
sobre tantos mitos modernos.
Aquellos sentidos que nos antoja recuperar
entre la acción
o el silencio.
Aquellas almas que buscaban embellecerlo todo,
pero tropezaron contra la estupidez
o la barbarie.
Mientras el vino oculta las batallas perdidas
aun cuando ellas siempre estarán allí
para señalarte.

Pero la flor que nace circundante
irradia sol,
edad marcada,
cuerpo que lucha
esperándote sobre la cama.
Su boca se retuerce
y se alimenta de tu infierno.
Sobre la tela de fondo
los disparos,
el éxtasis,
la revolución.
Nuestros ojos al fin alcanzaran una razón existencial.
Porque allá afuera,
hoy día
será otro mundo.