Tendría unos 8 años cuando estaba en el velorio de su abuelo. Tal vez no comprendía realmente lo que había pasado pero veía el dolor en todos quienes lo rodeaban y no podía evitar sentirse así, acongojado.

El cura cargaba una biblia y una gruesa cruz de fundición. Fue a hablar con los deudos, un último consuelo antes de rezar el responso final, y dejó ambas cosas al lado del niño.

El pequeño tomó el libro, lo abrió desde atrás y leyó, casi deletreó a su edad, en voz baja un texto manuscrito:

“Per gratiam ex decorum tu es, qui pereunt est in tenebris lumen inveniet, ad nos repleatur benedictione altissimi, et surge, et ambula” y dicho esto el cuerpo de su abuelo se incorporó en el ataúd.

Mujeres desmayadas, corridas, gritos de terror, hombres duros exclamando espantosos alaridos en dos segundos de confusión

El cura tomó la cruz y la usó como martillo para romper la cabeza del muerto.

Hubo un segundo de silencio abrumador

El cura giró hacia el niño y le dio un bofetazo, sacándole el libro.

- ¡Idiota! ¡Casi lo revivís!