Días que terminan apenas comienzan y no hay café ni ducha fría que ayude. Hoy se siente así, como mierda, aunque en realidad siempre se ha sentido como mierda, quizás desde que nació, o ya antes de haber nacido. Lo que importa es que está vivo, piensa para consolarse. La vida es un tobogán de mierda en el que bajas de manera intermitente sin saber cuál será el final, pero el final es siempre el mismo. Después de la ducha fría y de un café fuerte salió hacia la oficina. Un día gris. Fantástico. Los días grises hacen que las calles obtengan una tonalidad sucia, como si se mostrara la esencia real del asfalto y el cemento en su interminable longitud. Es un ir y venir de bípedos cuyo destino es caminar de un lado a otro, como las hormigas, pero sin el encanto ni la organización de éstas. Un monótono ir y venir que lleva la máscara de la tristeza. Los que no miran en el vacío observan hinoptizados la pequeña luz resplandeciente de su teléfono móvil. Hay cosas, como el teléfono móvil, cuyo nombre ha perdido su razón de ser, porque teléfono ya no es, así como las personas, que ya no son personas. Caminó hasta la oficina. Detesta el transporte público y no gana lo suficiente para comprarse un auto. Apenas abrió la puerta el tedio le golpeó el rostro. Acostumbrado a confundir los términos adjudicó el lento e insportable paso de los minutos a la rutina. Cree, como muchos otros necesitan hacerlo, que la rutina es necesaria en una sociedad para el sano desarrollo de la misma. Quizá tenga razón, o quizá no; hasta ahora ninguna sociedad ha podido comprobarlo. Después de un día más de trabajo que no merece ser descrito regresa a su departamento. Las mismas calles, sin embargo maquilladas por el alumbrado público. En la noche la realidad es más soportable, pero la soledad no. Después de mirar un par de vídeos en su laptop decidió que era hora de dormir. Mañana será otro día, pensó antes de sumergirse en las mismas pesadillas que esperan pacientes a que termine de soñar.