Las clases en la Universidad terminan muy tarde. En mi caso, a las nueve o diez de la noche. El profesor no llegaba. Lo único que podía hacer era esperar. El tiempo pasaba y nada de nada. Poco a poco la tarde obscurecía, hasta que de pronto, sin darme cuenta, anocheció. Sí, ya era de noche y el profesor nunca llegó. Una hora estuvimos esperando. El profesor ya no vendría. Decidí seguir conversando un rato con los compañeros. Después de media hora me retiré.
Subí al micro que me llevaría a otro paradero donde nuevamente esperaría el ómnibus que me llevaría hasta mi casa. Al bajar, tuve que caminar unas cuadras más para ir al paradero. En esas cuadras, existen lugares donde la gente come, como los restaurantes, pollerías o chifas. En eso, noté algo muy curioso. “¡Qué esta pasando ahí adentro!” -dije sorprendido-. Había mucha gente de pie fuera de un restaurante. Pasé de largo para observar lo que sucedía y me di con la sorpresa de que todos esos señores estaban viendo un partido de fútbol, era por las clasificatorias a un mundial. “¡Vaya, tanto por un partido!” -dije-. Mayor fue mi sorpresa al notar que en los otros restaurantes, pollerías y chifas, había grupos de señores que trataban de ver el partido. ¡Increíble! Personalmente, el fútbol dejo de ser algo interesante para mí hace muchos años, pero, si aún lo fuera, estaría, tal vez, como estos señores que, en esos momentos, dije en mi mente: “Que suerte que ya no me gusta el fútbol, porque sino, sería un esclavo cómo ellos”.
No supe ni me interesó quien ganó el partido; pero lo cierto es que el fútbol moviliza a mucha gente, la hipnotiza hasta dejarla absorta de la realidad y ni cuenta se dan cuando les roban sus pertenencias por estar observando un partido en esos restaurantes o pollerías de la calle.
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