Presentado en el taller "Haceme el cuento", inspirado en el siguiente GIF:
http://gph.is/g/aNMYO5M
Hoy el termómetro bajó a -3º. Me puse a pensar en la gente que, aparte de soportar la pandemia y sus espantosas consecuencias, así como la escasez de trabajo y el encierro obligatorio, tiene que sumar ahora las inclemencias del tiempo y la falta de calefacción y de abrigo.
Ni bien se lo dije a Elena pusimos manos a la obra. Donaríamos toda esa ropa que desde hace años está dando vueltas en los guardarropas, sin que le demos ningún uso. Muchas personas se sentirían confortadas al poder disfrutar, al menos, de un abrigo del que en este momento carecen, y eso nos alentó a seleccionar todas las prendas, que por distinto motivo, ya no usábamos.
Si bien nuestra vida no ha sido fácil y siempre hemos luchado juntos para salir adelante con nuestra familia, somos gente de bien, y nos hace felices poder colaborar con los que nos necesitan. De todas maneras no nos sobra mucho y, por ejemplo, a fin de mes tenemos un vencimiento ineludible, ya que debemos varias cuotas del auto, que en los últimos meses aumentaron mucho.
—Quedáte tranquilo, que Dios provee —suele decirme Elena.
— No siempre —fue mi última respuesta— Esperemos que llegue el aguinaldo, y que venga gordito porque si no, estamos en la lona.
En el placard de la otra pieza hay cosas que quedaron de mi papá, que seleccionamos cuando vendimos la casa después de su fallecimiento. En esa oportunidad donamos casi todo, menos algunas reliquias, y este traje marrón que no está tan mal. Yo mismo podría usarlo, si me hiciera falta.
Papá lo había usado cuando se recibió el Guille, y creo que nunca más se lo puso. Pienso que tendría que conservarlo. El mío me queda chico.
Elena pareció leer mi pensamiento:
—Pero… ¿Qué estarás pensando? Está pasado de moda… Además, ya no se hacen fiestas ni cosas parecidas. ¡Está ocupando lugar de gusto en el ropero!
—Dejá que me lo pruebe —le dije arrebatándoselo.
Me miré al espejo y sonreí. No me quedaba nada mal, pero Elena tenía razón. ¿Cuándo me lo iba a poner? Además… ¡Ese color…!
Me lo saqué, lo sacudí por si había acumulado pelusa, le pasé el cepillo y luego lo rocié un poco con desodorante textil, como hicimos con toda la ropa seleccionada.
En ese momento noté que en los bolsillos internos había algo que abultaba bastante.
Con gran incertidumbre abrí el cierre de ambos bolsillos para ver qué había escondido allí, hace tanto tiempo, mi papá.
Elena no lo podía creer.
—¡Son dólares…! ¡Tu papá usaba los bolsillos de este traje como caja fuerte…!
Los contamos. ¡Pobre papá…! ¿Para qué los guardaría…? En fin, seguramente sus razones tendría. Él era de guardar, como todos aquellos que han estado en la guerra y han pasado hambre y miseria.
Ese mes pusimos al día las cuotas del auto y, además de regalar la ropa, invertimos parte del dinero en un comedor comunitario.
El traje aún duerme en el placard. ¿A quién le pude interesar usar una ropa tan antigua y con tanta historia?
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