El calor era soporífero. La humedad se pegaba en los alientos y en las palabras. El bosque circundaba el hospedaje lujoso, donde se alojaban los mandatarios más eminentes para lograr un acuerdo de como sobrellevar la redistribución de la riqueza en los países emergentes.
Todo ocurría en ese país del centro de América latina.
Los lagos estaban atiborrados de alimañas, cocodrilos y salvajes criaturas verdes que nadaban junto a las plantas acuáticas, y camalotes. Atestaban cuando, el presidente de otro país latinoamericano se sentó y en su idioma nativo, mientras los traductores, sentados en sus butacas, realizaban su trabajo, propuso, primero que nada, dejar de contaminar el planeta. A lo que siguieron las voces de los otros mandatarios aceptando dicha propuesta.
Ante el asombro general, siguieron su discurso otros países, quizás más industrializados.
Había de todas partes, habían venido en sus aviones privados que aterrizaron en pequeños islotes que circundaban ese lugar tan inhóspito.
No podían soportar ya sus ropas, y de pronto, se miraron todos en esa ceremonia inaugural y alguien dijo:
_Tenes la piel verde, le dijo el representante de la Guyana francesa a un colega.
_Tu también.
Ante la mirada atónita y perpleja de todos, sus cuerpos se fueron transformando de forma camaleónica en cocodrilos, caimanes, lagartos que arrastrándose hacia los lagos, dejaron a su libre albedrío al país que gobernaban, para integrar la naturaleza de forma armoniosa, sabia y altruista.
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