Margarita –a gritos-: ¡Mamaaaaaaá! ¡Mamaaaá!
Ismael vuelve a servirse otra copa.
Ismael -murmurando-: Eso también lo podía haber hecho yo.
Margarita –paseando nerviosa-: Mantengamos la calma, seguro que solo es un malentendido. Sí, seguro que todo esto tiene una explicación.
Entra la madre, en pijama, somnolienta.
Madre -mandándoles callar y en susurros- : Psiiii, pssssi ¿sabéis las horas que son? ¿A qué vienen esos gritos? Qué vais a despertar a los niños.
Ismael: ¿Los niños? ¿En plural? –Dirigiéndose a Margarita, irónico- ¿no habrás tenido otro hijo sin contarme nada?
Madre: Nooooo. También está Alma. Ha venido a estudiar con Jorgito. Como le suspendieron en “Resilencia y empatía” ella le está echando una mano. Y como se le ha hecho tarde, pues se ha quedado a dormir.
Ismael: ¿Resilencia y empatía? En mis tiempos se estudiaba geografía y matemáticas. Y…
Madre: Y Religión.
Ismael: Y Religión. ¿Por qué no?
Margarita: ¡Retrógrado! Deja en paz a los niños.
Ismael: El niño. Uno. Un niño. Y además nuestro NIÑO ya tiene pelos en los…
Margarita: ¡Chabacano!
Madre: Bueno, ¿Solo me habéis despertado para esto? Para que vea otra de vuestras peleas. ¿O me vais a contar que pasa?
Ambos se sientan y apuntan a la vez a la caja roja. La madre se acerca y observa detenidamente la caja, la toca con suavidad, pasa lentamente los dedos por el logotipo del elefante blanco, acerca la cabeza para intentar escuchar en el interior.
Madre -hablando para si misma-: Es una maravilla. Hacía muchos años que no veía nada parecido. Está claro que es de las de antes de la gran convención de Taiwan. Es una reliquia. Esta caja es de las que se abren y tienen objetos reales dentro. Es…
Margarita: Es un peligro y una irresponsabilidad. Como se le ocurre poner en peligro la vida de toda la familia con una excentricidad como esta. Sabes lo que hacen a los que hablan de “Objetos reales” y de “abrir cajas”. ¡Abrir cajas!
Ismael: Nos matarían.
Margarita: Nos readaptarían.
Ismael: Es lo mismo.
Margarita: Pero madre, ¿cómo se le ha ocurrido una locura así?
Madre: Yo no tengo nada que ver con esto.
Ismael: Pues parece usted muy enamorada de la caja. No la suelta.
Madre –nostálgica-: Una tiene sus años. Recuerdo cuando recibí mi vestido de novia y al abrir la caja, allí estaba suave, ligero, etéreo...
Margarita: Pero queréis dejar de hablar de abrir cajas. Nos van a oír. Las cajas no se abren. Las cajas se usan. Lo dice la ley.
Madre –suspirando-: Ya, pero aquellos tiempos eran tan románticos.
Margarita: ¿Románticos? Esa época era una salvajada. La gente solo compraba cosas por el gusto de acumular.
Ismael: Y también como signo de distinción.
Margarita- molesta por la interrupción-: También. Pero el caso es que a ese ritmo de consumo el planeta hubiera sido arrasado en unos años. La convección de Taiwan fue una decisión difícil de tomar, pero absolutamente necesaria.
Madre: El velo medía más de tres metros. Parecía una princesa.
Ismael: La Convección de Taiwan fue el gran truco final del capitalismo: Como necesitaba seguir creciendo con su voracidad insaciable y ya no tenía recursos materiales, empezó a vender solo emociones.
Margarita: Lo dices como si fuera algo malo.
Madre: Hasta el sacerdote dijo que era la novia más bonita que había visto en todo su vida. Y casaba a tres o cuatro parejas todas las semanas.
Ismael: Es un timo. Nos dicen que esta caja es una silla; esta otra, un cuadro; esa una lámpara y nos lo tenemos que creer. Y lo tenemos que pagar. Y solo porque así se decidió en la dichosa Convención de Taiwan.
Margarita: Pero con quién estoy casada. No te reconozco. Eres un… eres un… inconformista. Un rebelde.
Ismael- imitando a Margarita-: Lo dices como si fuera malo.
Margarita: No es ningún timo. Erwin Schrödinger demostró que la emoción más intensa se experimenta al recibir el paquete, independientemente de lo que este pudiera o no contener. Y la compañía, muy acertadamente, me parece a mí, optó por los envíos actuales: igual o más de emocionantes y mucho menos agresivos con el planeta.
Madre: Ya sabes que no me gusta nada darle la razón a tu marido, pero algo de timo sí que es.
Margarita: Tú también mamá. Eso sí que no me lo esperaba. Encima que nos metes en este lío.
Madre: ¡Qué yo no tengo nada que ver con esto! Solo digo que en mi época los únicos que se arropaban con cartones eran los indigentes, y ahora –mostrando toda la casa-…
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