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“Necesito que me retires este filamento” susurra una mujer que no conozco. A su lado, una pequeña sonríe. Flamea un atardecer de fulgores neutrales en ese pasaje estrecho. La gente pulula invisible junto a las paredes, son sólo sombras sin individualidad alguna en este anochecer boreal. O es tarde, no lo sé, oscurece o aclara y sólo sé que se me ha solicitado algo que desconozco.
“Es este filamento, quizás sólo un vello, pero necesito que me lo retires” me contempla diez centímetros más abajo la mujer, poseedora de un rostro difuso pero del cual imagino dos ojos de mirada maliciosa. Titubeo, es alguien desconocido y negarme puede originar una situación problemática.
“Vamos a esa farmacia” ordeno. Necesito que compres el instrumental. Eludimos varias fogatas que arden y humean por algún fin antes de adentrarnos en un local de iluminación mortecina. Un individuo calvo presiente lo que le solicitaremos porque ya ha colocado una caja sobre el mesón. La mujer paga el importe, pero no estoy seguro de ello porque en ese momento imagino la calle en que nos adentraremos. Se produce un cambio brusco de escena tal como sucede en las películas. Ahora caminamos por una avenida solariega alumbrada por un sol opalescente. No hablamos durante el trayecto, porque es una desconocida, aunque recuerdo esas facciones que se me desdibujan a cada instante. La chicuela ya es sólo un concepto, una sombra que camina a nuestra vera. Varias calles sinuosas se abren en esa tarde grisácea y proseguimos adelante con resolución.
“Esta es mi vivienda” musita la mujer con un tono de flauta dulce. Son palabras o es quizás un sonido, pero eso ya no importa. Entramos a un cuarto largo y estrecho. Las puertas o portales se van creando a medida que nos introducimos. La penumbra nos envuelve con tonos ocres que se filtran por la delgada puerta.
“Prepararé la sala” dice la mujer y se adentra en un cubo de sombras. La niña se bosqueja apenas en un cuarto mínimo y desordenado. Sobre su lecho, una multitud de libros contradicen su esencia. Aguardo. Sólo sé que este desatino, que no obedece a las pautas normales, acabará en cuanto realice la operación. Entiendo que ese hecho permitirá que las tinieblas se disipen y el compás de las horas latirá al unísono de mi corazón. Uno sabe eso, lo presiente, pero todo puede ocurrir.
Una mujer ingresa a la vivienda. En sus manos trae una llave. ¿Es algún familiar? Es rechoncha y de mirada huidiza, pero se abraza con la dueña de casa. No es la única. Al cabo de un lapso que no dimensiono, es un tumulto de mujeres el que repleta la habitación, entre risas y jolgorio. Yo no existo y sólo observo tal tremolina. La mujer del filamento ríe y celebra junto a esa muchedumbre.
Ya no soporto esta situación y alzo la voz: “¡Escuchen todas! ¿A qué se debe esta reunión?
Las mujeres tuercen su cuello hacia mí. Sonríen, carcajean. No pertenezco a este recinto. Pero estoy anclado a él. Anclado a él. Por ese vello que es un filamento y que se parece horriblemente a alguna hipotética deuda que jamás cancelé. Mi honor está en juego.
“¡Entréguenme las llaves” grito. Y un ruido metálico en mis manos me indica que las tengo repletas de ellas. Las mujeres se retiran avergonzadas y un vacío se produce en alguna parte de mi cuerpo. La mujer del filamento aguarda sentada en un rincón. Presiento su tristeza.
“Es justo” le digo a esa cosa palpitante que intuyo agazapada.
“No. No lo es” “Nada es justo o injusto” resuena su voz, ahora quejumbrosa. Sus pupilas aterran. Algo gélido trepa por las paredes. “Hagámoslo” le digo.
La palabra golpea su rostro y origina un mar de lágrimas.
“Hagámoslo” “Hagámoslo ahora”.
El frío gotea y escarcha la habitación. Rumores de voces, sonidos indefinidos, un rítmico tamboreo sacude el recinto y ella, silente, manteniéndome en la indefinición.
Se levanta o lo imagino. Sólo presiento su mano huesuda en la mía. Me sé conducido hacia una nebulosa que parpadea en mis sentidos. Y la mano aquella, cuyos huesos tintinean metálicos, me impulsa y ya no sé, ni recuerdo y sólo quiero escapar de allí, con una culpa flotándome en el entendimiento, debo escapar, desperdigar la baraja aquella, huir, huir, huir… No obstante, me dejé llevar por ella. O por eso, ya no lo sé. En la habitación, provista de un foco de luz amarillenta, se destacaba un camastro amplio y de cobertores grisáceos. La mujer, o el espectro de ella, me arrastró con esas extremidades suyas que ahora parecían terminaciones sarmentosas. A duras penas y escapándose de su pecho un suspiro que se quedó suspendido en la penumbra, trepó al particular lecho y de espaldas, sofocada por el deslumbre, me indicó con su dedo índice, que ahora parecía un apéndice de hielo, el lugar aquel donde se encontraba el filamento. Me proveí de las tenazas, pero estas se retorcían entre mis dedos cual si fuese un ser con vida propia. Aun así, acerqué dicho engendro al lugar indicado. Allí no existía piel sino un páramo lívido desde el que sobresalía un finísimo hilo. Respiré hondo, tragándome el escaso oxígeno y sujeté aquello. Las tenazas se enroscaron en dicho filamento y tiraron con brutal ademán, superando mis propias fuerzas. Y el hilo aquel, de una transparencia inusitada emergía largo e insondable cubriéndose la habitación de un algo gelatinoso que pronto desaparecía. Horrorizado, contemplé como la mujer aquella se comenzaba a desmembrar y después desaparecía, dejando un rastro sanguinolento que contrastaba con el cobertor gris. La lúgubre iluminación dio paso a aterradoras tinieblas en las que yo parecía flotar. Traté de escapar en el preciso instante en que un resplandor me cegó. Cuando mis ojos se acostumbraron a dicho deslumbre, pude visualizar una hoja de papel que descansaba en la colcha gris. Me aproximé y leí, o creí leer unos garabatos escritos a machetazos: ¡Jamás me amaste! Algo se me convulsionó en el pecho. Después, vomité una materia espesa que se disolvió del mismo modo que los demás objetos. Intuí que era el remordimiento que ahora me abandonaba en un acto de sanación. Pero no, esto dura demasiado y no está en mis manos ni la llave ni el conocimiento y desando senderos bajo un sol sombrío y apocalíptico. Mi tranco apura la angustia, adentrándome en túneles sin fin. Imagino que basta sólo un parpadeo, un rayo lumínico reconocible, mi piel en mi piel, pero, esto ya dura más de la cuenta. ¿O es la culpa la que me impide salir de esta pesadilla?















Texto agregado el 30-06-2021, y leído por 193 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
27-08-2021 Es una maravilla leer tus letras, me adentro tanto en ellas que me siento actor intangible de la pesadilla. "...Mi tranco apura la angustia, adentrándome en túneles sin fin..." Adentrándome en mi interior. Un abrazo, hermano. JerryMendez
01-07-2021 Vaya pesadilla, querido Gui!! Me asombra esa ductilidad que tienes para contar historias, esta me ha resultado como transitar un laberinto con un ambiente cargado de realidades densas!! Me ha gustadooo!!! Un abazo Shou
01-07-2021 ¡No creo que exista tal pesadilla, tampoco la culpa, solo el desandar de tu escrito que nos conduce! Gui ¡Y me gusta tu Nick, así llamo mi hijo! Martilu
01-07-2021 Muy buen relato!!. Me engañase... por un momento me llevó por el camino de Hereditary (quizás una de las mejores películas de terror de los últimos tiempos). Esta historia tiene un giro igual de sorprendente, pero siento que esta pesadilla tuya es más terrenal y por tanto, aún más escalofriante. Saludos, sheisan
01-07-2021 Uff, casi no se podía respirar Gui! MujerDiosa
01-07-2021 Una verdadera pesadilla tu relato, muy bien contado, donde la atmósfera del mismo se siente opresiva y amenazante. Muy bueno, amigo. maparo55
01-07-2021 A veces las pesadillas tienen algo que ver con la realidad, aunque son tan ilógicas y cambiantes que nos desconciertan, como tu cuento. ¿Una culpa? Puede ser. Definitivamente no entiendo sobre el tema, pero algo debe haber. Interesante lectura. Clorinda
30-06-2021 —Una pesadilla excelentemente narrada que aunque hago esfuerzos por resistir igual me atrapa y siento que me quiere hacer parte de ella, desde que la leí por primera vez hace un par de semanas. vicenterreramarquez
30-06-2021 —Ese filamento que te tiene atrapado en una pesadilla parece que tiene alguna característica que atrae, enreda y no suelta, por eso estoy tratando de leer calmadamente sin inmiscuirme mucho en su origen, porque estoy sintiendo que también me puede atrapar y llevarme a acompañarte en tu pesadilla. —Saludos, esperando que ese filamento te libere. vicenterreramarquez
30-06-2021 Tu texto me recordo "The Crow" de James O'Barr. Las descripciones, y esa oscuridad que trepa de las tenazas buscando el filamento que enerva al lector. Muy bien. Saludos desde Iquique Chile. Vejete_rockero-48
 
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