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Mientras Ulrike Krieger se dirigía de nuevo, una semana después de la primera ocasión, al Instituto Manantial de Vida, pensaba que la mera ubicación del edificio, en el mismo lugar donde se había levantado durante siglos la Sinagoga de Munich, antes de ser destruida por los nazis, era todo un símbolo de los nuevos tiempos. Y pensaba también (no sólo pensaba: presentía) que su reclamación había dado sus frutos y que el objetivo de la cita no podía ser otro que ofrecerle una lista de candidatos mucho mejor que la vez anterior. En cualquier caso, ella se conformaba con que la lista fuera nueva, simplemente con eso, con que fuera nueva, ya que consideraba prácticamente imposible, desde un punto de vista estadístico y casi desde un punto de vista ontológico, que existiera en toda Alemania una colección de seres tan patibularios como la que la que le presentaron la primera vez.

Nada más llegar al centro, un oficial de la SS le ordenó que le acompañara. Al poco, entraron en una amplia habitación iluminada por dos antorchas estilo art decó. A pesar de la penumbra reinante, se vislumbraba a lo largo y ancho de las paredes las imágenes esperadas: mucha águila, mucha calavera, mucha esvástica, mucho saludo romano y algún que otro dios vikingo despistado. El oficial se apresuró a rodear la imponente mesa de roble que presidía la sala, se sentó en una confortable butaca, rodeado de libros, informes y papeles de todo tipo, y le exigió a Ulrike que hiciera lo propio en la mucho más humilde silla que le señaló.

-Así que usted es Ulrike Krieger…

-Así es.

-La mujer de Siegfried Haagen…

-Así es.

-Imagino que ya sabrá por qué la hemos llamado.

Ulrike, que ya albergaba serias dudas sobre su presentimiento inicial, le respondió escuetamente:

-Bueno, en realidad no del todo.

-¿Qué quiere decir no del todo?

-Quiero decir que antes de entrar en el IMV sí que tenía una idea de cual podría ser el motivo de la cita, pero que, una vez dentro, y tal y cómo se están desarrollando las cosas, cualquiera sabe…

-Le rogaría que dejara de lado consideraciones de tipo personal. Vamos a repasar brevemente su caso. Corríjame si observa algún error en mis palabras.

Antes de que Ulrike pudiera decir “esta boca es mía”, el oficial de la SS continuó:

-Su marido ha sido siempre un buen alemán, eso nunca lo hemos dudado, pero, lamentablemente, ha tomado una decisión que el partido ha considerado inapropiada. Alegando que padece una enfermedad ocular hereditaria y que su posible descendencia podría llegar a perder completamente la visión, el señor Haagen se ha esterilizado de forma voluntaria. ¿Estoy en lo correcto?

-Bueno, en realidad fue una decisión conjunta. Los dos estábamos de acuerdo en no tener hijos.

-Claro, y no pensaron ustedes en el daño que le hacían al partido. No sólo al partido, a toda a Alemania. Alemania necesita alemanes. La Gran Alemania está en marcha. Nuestra patria tiene el derecho, no sólo el derecho, también el deber, de anexionarse todos los países que forman parte de su espacio vital. Y un mayor territorio exige una mayor población. Tenemos, por tanto, el deber inexcusable de dar más hijos a nuestra patria. Un deber que todavía es mayor debido a la esterilización forzosa que hemos llevado a cabo entre judíos, gitanos y otras razas inferiores para purificar nuestra sangre. Todo ello implica que nosotros, los arios, tenemos la obligación de reproducirnos tanto como podamos. Tanto como podamos. ¿Lo entiende?

-Lo entiendo perfectamente. El problema es que Siegfried, mi marido, no alegó por alegar. No fue una excusa. Él realmente tiene una enfermedad hereditaria. Y sí ustedes esterilizan a todo aquel que tiene imperfecciones…, bueno, pues nosotros les hemos ahorrado el trabajo.

-¡No me venga con estupideces! –dijo el oficial de la SS, francamente irritado.

-Perdóneme usted. El caso es que finalmente acudí a este centro para reparar nuestro error. Creo yo que eso es lo único que debería importar.

-Tiene usted razón. El problema ha sido que, para nuestra sorpresa, resulta que a la señorita no le ha convencido ninguno de nuestros candidatos como futuro padre de sus hijos. Ninguno de los magníficos ejemplares arios que figuraban en nuestro álbum ha cumplido sus al parecer estrictísimos requisitos. No sé con quien quería usted acostarse. ¿Con el mismísimo Thor? Pero no es sólo eso. Sus descalificaciones han sido completamente improcedentes.

-Bueno, la verdad es que los ejemplares, como usted dice, no terminaban de convencerme…

-Veamos. Paso a leer el informe que usted redactó: “En la primera página aparece un señor de bigotito chaplinesco, pelo engominado, mirada de cabreo permanente y cara de perro sarnoso. A continuación viene un señor gordo como un cachalote, guerrera repleta de chatarra, mirada presuntuosa y cara de estreñido. Después, un enano esquelético, de figura contrahecha y feo como una comadreja. Y, para terminar, un señor con apariencia de monitor de boy scouts, rasgos sádicos y pose de invertido”. Y, no contenta con eso, se permite la osadía de concluir su informe de la siguiente manera: “Lo siento mucho pero, como no mejoren su plantel de arios, ésta que escribe seguirá follando con su marido.” ¿Qué tiene que decirme? Se quedó usted a gusto, ¿verdad?

-Bueno, bien mirado, tiene usted razón. Creo que me pasé algún pueblo que otro. Pero eso no le autoriza a montarme ninguna bronca. Simplemente, haga el ejercicio de ponerse en mi lugar. Yo esperaba encontrarme con unos hombres altos, jóvenes, guapos, rubios, de ojos azules… ya sabe usted, lo que se dice un ario, un ario como Dios manda. Y van y me presentan a esos seres… en fin… a esos seres incalificables. Si quiere que le diga la verdad, yo pensaba que me habían llamado para comunicarme que habían valorado positivamente mis críticas y que habían mejorado ostensiblemente su plantel. Y, sin embargo, sólo me encuentro con ataques y recriminaciones…

No pasó mucho tiempo hasta que se deshizo el malentendido y cayeron en la cuenta de que lo que Ulrike había consultado en su primera visita al IMV no había sido ningún álbum de posibles padres arios, sino un escalafón ilustrado del régimen nacional socialista. Ulrike Krieger y su marido fueron, lógicamente, condenados a cadena perpetua. Afortunadamente, lograron escapar de las garras nazis gracias a la ayuda de la organización La Rosa Blanca, permaneciendo escondidos en el Bosque Bávaro mientras duró la guerra. Posteriormente, tras unos breves y exitosos cursillos de desnazificación, se integraron sin mayor problema en la Alemania democrática (no confundir con la Alemania Democrática). En los años cincuenta adoptaron un par de niños (niño y niña) nigerianos.

Texto agregado el 29-06-2021, y leído por 101 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-06-2021 Me encantó, Sespir. Un abrazo grande. MujerDiosa
 
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