El cadáver aguarda en ese líquido congelado. Para llegar a esas instancias es preciso ser millonario, puesto que el costo para acceder a esta subjetiva esperanza es altísimo. Los familiares de Miller acataron sin grandes aspavientos su deseo y diez años más tarde, el cuerpo continuaba inmerso en esa esperanza gélida. Su postrera decisión originó innumerables problemas éticos a esta familia. Siendo católicos, titubeaban en imaginar a su pariente radicado en ese cielo esotérico que era, sin embargo, la panacea que sustentaba su fe. Imaginarlo en esa especie de purgatorio gélido contrastaba con sus inamovibles creencias.
“No nos preocupemos de aquello” sugería la descreída Alice. En su fuero interno y siendo la más pragmática de la familia, planteaba que si su tío había considerado aquello, era preciso imaginar que ahora aguardaba pierna arriba que los científicos hicieran lo suyo, mañana, pasado o en cien años más. “Dios le guarde la paciencia” sonrío la sobrina de Miller.
Los cheques llegaban puntuales a las arcas de la organización Hope and Future, lo necesario para que preservaran esos mil cuatrocientos cincuenta cadáveres en sus respectivos depósitos. Era una actividad rentable. En rigor-y hasta que la ciencia dijera otra cosa- un singular cementerio sin lápidas ni visitantes acongojados, sino estrambóticos millonarios flotando en sus suspendidos deseos de trascendencia.
Transcurrieron otros diez años. Dos tíos fallecieron entretanto y fieles a sus creencias, prefirieron los métodos tradicionales para alcanzar la eternidad. La curiosidad se hizo pasto en las mentes de los deudos al tratar de transar con un tipo de sincretismo que en realidad les desacomodaba: ¿Se encontraron sus tíos al fin con ese pariente en las alturas inmaculadas de la eternidad o los seres espirituales todavía aguardaban por él? Estas disquisiciones bien pudieran ser simples divagaciones sin sentido para un ateo, pero para quienes encaminan su existencia por el sendero que pavimenta sus espirituales aspiraciones, aquello les origina una inquietud legítima.
Cincuenta años más tarde, Alice ya había cumplido ochenta y cinco años y una enfermedad avanzada amenazaba su existencia. Nunca se casó y no había descendientes que velaran por ella. Quizás su carácter desenfadado y ajeno a las aprensiones de sus familiares creó un sólido cerco que desalentó a posibles pretendientes. Por otra parte, los jóvenes habían emigrado a diferentes países y sólo Nancy, una prima tan añosa como ella, existía encastillada en un barrio adinerado gracias a su cuantiosa fortuna.
Ocurrió lo impensado. Un gobierno de características dictatoriales implementó diversas medidas que perseguirían la creación de un modelo de existencia basado en lo concreto y asequible. Existiendo un congreso proclive al ideario del mandatario, se aprobó en lo inmediato, la reducción de costos, entre ellos, la conquista espacial, que generaba grandes gastos y beneficios discutibles. Los impuestos crecieron en la misma medida que el autoritarismo del presidente. Las grandes fortunas tributaron en mayor medida y aunque pareciera increíble, el dinero de las únicas sobrevivientes de Miller, el tío congelado, sufrieron enormes mermas. Para dos mujeres ya ancianas les era difícil mantener los gastos, despidieron a la servidumbre y cuando todo se puso crítico, Alice vendió su residencia y se fue a vivir con su prima.
Con el dinero de la venta, canceló las últimas tres cuotas de Hope and Future y un terrible remordimiento laceró su conciencia. Le sería imposible continuar pagando lo que en esos momentos era un lujo. El sueño y las lejanas esperanzas de su tío se desvanecerían pronto y entonces su cuerpo sería entregado para una cristiana sepultura. La ciencia poco había aportado en ese sentido y el sueño de una cura para la enfermedad de Miller no se avizoraba en el futuro inmediato. Pero, la vida dispone realidades alternativas a los deseos y sueños de las personas. Una de aquellas noches que nadie imaginaba, un feroz incendio transformó en cenizas la organización Hope and Future. Acaso una solución salomónica para las añosas sobrinas. Pero, como el espíritu en algunas ocasiones se amansa con los años, Alice sufrió por esa pérdida tal si su tío se tratase de alguien que aguardara en la cama de un hospital que la cura para su enfermedad fuese pronto posible.
Lágrimas que jamás corrieron por sus mejillas, ahora rodaban desbordadas por los surcos de su ajada piel. Aún más cuando leyó en la prensa que algunas personas que presenciaron el incendio juraban haber escuchado atroces alaridos. Supercherías, por supuesto. O acaso el desgarrado lamento de añejas esperanzas que se transformaban ahora en bíblico polvo.
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