Tomé lo que había crecido
salvaje dentro de mí.
Lo alise como suave cabello
para cubrirlo de razones.


Ordené cada emoción
que corría desesperada.
Las enfilé, una tras otra,
para darle un sentido
a la palabra.


Me senté plácidamente
sobre mi sillón preferido.
Y con una sonrisa atrayente
le dije con voz calma:
¡Ya no tienes más derecho
a tocar otra vez mi alma!


Y es que fueron muchos los no,
que me obligaron
a ceder lo conquistado,
a despuntar mi bandera,
a desandar lo andado.


Y es que fueron muchos los no,
que me hicieron renunciar
a tu sabrosa geografía
para aventurarme de regreso
a la soledad,
a la falta de compañía.


Y es que fueron muchos los no,
que dictaron las pesadas
leyes de convivencia
que hoy me tienen dándole
un respiro a la paciencia.


Cerré las puertas tras de mí
para hacer llegar la primavera
desde un pequeño agujero
sobre la puerta de madera.


Pues preferí ver las flores
sobre tu cabello a lo lejos
que en tu cuerpo mudo
tendido sobre el lecho.


Pues preferí ver tu sonrisa
desde mis recuerdos a lo lejos
que tocar con cercanía
tus entumecidos pechos.


Lo siento.
¡Debí decidir entre tu y yo!
Entre forzar
un romance destructivo,
de gemidos fingidos
y suplantadas caricias
o el suicidio compasivo
de un parapléjico corazón
embotellado en alcohol
intoxicado
de falso amor.