A pesar del intenso calor, se dieron cita familias enteras. No podían faltar las sombrillas, y sombreros que aminoraron los efectos de los rayos del sol, a medida que caminaban iban contestando las oraciones que el padre Eliseo lideraba. De pronto la procesión se vio interrumpida por el grito desgarrador de Purísima Concepción: “Hay algo raro en el pozo”.
El tañido de las campanas de la iglesia invitaron a los feligreses muy temprano, a preparar el día de la Virgen del Encanto. Las calles se barrieron mejor, los balcones se adornaron con flores y las guirnaldas de papeles de colores alegraron los caminos.
El calor era muy sofocante, Purísima Concepción recordó que no llovía desde hacía un mes, decidió adelantarse, se salió de la multitud y se dirigió al pozo por un poco de agua. Bajo la sombra de una ceiba centenaria, se encontraba el viejo pozo de piedra y en una de las orillas había una pequeña estatua de mármol de la virgen patrona del pueblo. Cariñosamente los aldeanos lo llamaban “el pozo de la virgen” porque muchos arrojaban allí monedas con la esperanza que la Santa Patrona cumpliera sus peticiones y se había convertido en un lugar de peregrinaje.
Purísima tomó la cuerda y la cubeta bajó a medida que sonaba la oxidada polea, pero la mujer sintió que algo la estaba observando, avizoró el fondo pero solo pudo ver que tenía poca agua, estaban allí las monedas que brillaban por el sol y los habituales peces de colores; el aljibe tenía la forma de una botella, visto desde arriba no se apreciaba bien lo que había en las paredes del fondo.
Siguió bajando la cubeta pero la detuvo cuando sintió un movimiento en la base, subió rápidamente la cubeta y empezó a mirar, pensó que se trataba de algún animal que había caído pero quedó atónita al percibir que algo se movía dentro del agua muy lentamente, cuando buscaba la posición para mirar, se eludía para otro lado.
Sin más dilación fue a buscar ayuda, corrió alarmada hacia los feligreses que ya se acercaban y dio aviso de que había algo raro en el fondo. La gente, corrió hacia el pozo circular creyendo que se había obrado un milagro. Todos querían echar un vistazo. El padre Eliseo se asustó y empezó a rezar con los demás, entonces el objeto que apenas se movía se asomó.
Mojada, pálida, con el pelo pegado a las orejas, arremangado el vestido y con una mirada perpleja, Doña Justina esbozó una sonrisa fingida. Todos en el pueblo la conocían como una mujer que su orgullo a toda prueba, le impedía aceptar favores de nadie.
Esa mañana, Justina había invitado a Purísima Concepción a desayunar, preparó un plato exótico para darse ínfulas de que era una gran experta de la cocina. El platillo no le salió como debía y se lo comió por pura presunción de no quedar mal, en tanto que Purísima probó un poco, disimuló y luego pensó: “Vanidad humana, pompa vana, humo hoy y polvo mañana”. Así que Purísima se llevó el plato con la excusa de dárselo a probar a su marido.
Más tarde cuando Justina iba rumbo a la iglesia sintió un dolor abdominal producto de la comida ingerida, como iba pasando por el pozo decidió sentarse a descansar del dolor, pero con tan mala suerte que se sentó mal, y dando una vuelta hacia atrás cayó. Ésta, muy orgullosa, no gritó para que nadie se enterara de su percance, pero la historia corrió por todo el pueblo y se hizo conocida por regiones alejadas.
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