Como más de alguien lo ha dicho en más de alguna ocasión: «Los conflictos sociales y las guerras son siempre por intereses económicos». Siempre existen minorías ávidas de adueñarse de los recursos comunes, ansiosas de participar de la fiebre desatada que se da por obtener riquezas desmedidas de la sobreexplotación de los recursos.
Arauco tiene una nueva pena. Una nueva herida que ha comenzado a sangrar a cuenta de nuevas vidas inocentes. Una herida que cicatriza lentamente, formando un gran muro montañoso, que se extiende de este a oeste separando a los habitantes. Una herida que permanecerá por mucho tiempo más abierta a causa de las lágrimas del llanto desconsolado de todo un pueblo que la llora: el llanto del pueblo de Chile.
Tengo la certeza que el conflicto en la Araucanía no se soluciona repartiendo tierras, porque el problema no es de tierras. El conflicto no se soluciona dando concesiones especiales al pueblo mapuche, pues todos nos sentimos más cercanamente mapuches que invasores españoles en esta tierra. El conflicto no se soluciona agregando un festivo al calendario, ni mucho menos invadiendo militarmente la zona, porque el problema es económico: el problema es de explotación forestal.
Que importa la vida de unos pocos o aún la de muchos si puedo llenarme los bolsillos de dinero. Que importa llevar el odio de una guerra declarada y promovida hasta las tierras que acogieron con

bondad a familias que nunca repararon en sus orígenes, hasta el día en que el oro se tiñó de verde y se cubrió de hojas. Quien con un corazón bien puesto es ajeno a hacer causa común con la lucha de reivindicación del wallmapu o con defender el pasado que nos une como nación. Quien no estaría feliz de marchar a la muerte por un futuro de esperanzas para nuestros descendientes. Este es desde siempre, el disfraz recurrente para ocultar las ambiciones de riqueza. El disfraz para sembrar la división entre quienes viven en comunión, disfrutando de la diversidad que se siente y exuda a la mirada en medio de la naturaleza. Nos hacen creer que levantar las banderas, de quienes se representan a sí mismos, son importantes y que valen más que nuestra paz y aún más que nuestras propias vidas.

La solución es simple se debe regular el mercado de la explotación forestal con un intervencionismo fuerte por parte del estado. Regular la explotación desordenada de la madera de modo de asegurar un equilibro de la actividad, que permita dar trabajo y sustento digno a los habitantes de la zona y que a su vez disminuya los incentivos perversos de promover conflictos inexistentes para disfrazar la carrera desatada por apoderarse de las riquezas incalculables de la explotación forestal. La solución es difícil porque se debe desarticular las mafias que pululan en torno al negocio de la explotación forestal. La corrupción se ha extendido desde los seudos líderes mapuches hasta las altas autoridades de la casta política, traspasando con su cáncer los aparatos del estado y las policías. Todas estas esferas de poder están alentando largamente un conflicto para saciar sus propias ambiciones de riqueza, mientras mueren día tras día mapuches que sueñan con la unidad de su nación y policías que sueñan con conservar el orden, proteger al débil y recuperar la seguridad perdida.