Te escapaste
a una estrella lejana
y no pude despedirme de ti.
Monstruos invisibles
te atraparon,
te llevaron en su nave negra.

¿Por qué no luchaste?
¿Estabas demasiado cansada
para usar tus puños?

La segunda torre,
al igual que la primera,
se desmoronó poco a poco,
rodó vencida.
Sus cimientos de acero
se hundieron sin más resistencia.

El tiempo desgasta
las estructuras más fuertes,
mina todo,
lo destruye, lo convierte en polvo,
en nada.

En este juego nadie gana,
siempre se pierde.
Tú, yo, todos
terminamos perdiendo.

Una máquina pensante
exprime sus miedos.
Tiembla.

Desde donde habitan
las piedras de luz,
iluminan los caminos
laberínticos y solitarios
del que confía en ellas.

Al final,
solo queda agua salada
y un inmenso dolor.