Es sabido que sobrevienen muchos efectos derivados de la vinolencia.
El señor McDonalds con el güisqui y el señor Pérez con el vino de Valdepeñas, lo cierto es que por las mismas fases atraviesan. Es una constante universal, que principia por la celebración de la amistad, prosigue con los insultos al clero- protestante en el caso del primero- y, si no se pone coto adecuado, culmina, previa reyerta, en comisaría.
Pues bien, al respecto hay dos teorías: la que mantiene que hay que encontrar el punto justo- la moderación-, y la que sostiene que la anterior es un puro eufemismo de vendedores de alcohol y de borrachos. Y se dirá: es que mi padre así obtiene un poco de felicidad ante la áspera realidad. Es posible, pero por ello no deja de ser un beodo, aunque lo sea in felicitas causa. Y lo ponemos en latín para darle algo de solera. Y se va que se chuta.
En fin, pero lo que quería contarles y lo anterior sólo tiene que ver tangencialmente. Aunque principia, principia...
Si vicio nefando y mala costumbre es en un hombre, cuando concurre en fémina, adquiere notas de atributo de la personalidad. Nos referimos llanamente al consumo excesivo de psicotrópicos por parte de la hembra.
Por cierto, me estoy haciendo un tipo fortachón, pues me veo reflejado en la pantalla del ordenador y no me reconozco con tales bíceps y tales tríceps.
Tampoco es a esto a lo que inicialmente me refería, aunque tenga que ver, pues uno de los efectos del vino es el escuchimizamiento general de la persona.
Y dirá el lector, con razón, a qué diantres me quiero referir, ya mediada la página.
Esa explicación se la voy a dar, se tenga paciencia. Pues la paciencia- como decía Teresa de Jesús- todo lo alcanza.
El caso es que no lo tengo definitivamente claro, siendo esta composición de las del tipo abstracto y de temática difusa, un tanto anárquica y falta de coherencia. Pero, no me negarán, que han llegado hasta aquí esperando que ocurriera algo. Ese algo que hace que valga la pena su lectura.
Para que no se vayan con las manos vacías, les voy a contar un chiste.
De uno que va al psiquiatra con un cuadro de paranoia y le dice el galeno, que, en lugar de ponerle tratamiento, se compre una plancha y se desarrugue las camisas.
- Verá como no le miran con tanta insistencia- concluye el doctor.
Y es que todo en esta vida es cuestión de perspectiva. Ahí quería yo llevarles, ahora que caigo. Entonces, qué tiene la vida- se me preguntará. Si hay que ir de punta en blanco y no oler ni siquiera el mosto. La vida en sí es un tránsito que sigue los mismos efectos que el vino: principia con la exaltación de la amistad, prosigue con los insultos al clero y concluye en comisaría- que es la metáfora que representa el advenimiento del paraíso celestial. Por ello hay tanto beodo- gentes que tienen prisas por agotar las etapas.