No deseo escuchar
más tus murmullos
de madera vieja,
y tus quejas
de tierra reseca.
No deseo escuchar
en tus ramas secas
el viento de invierno
soplar con ligereza.


Cercenaré tu danza
de ramas agitadas
y pies sepultados.
Tu silbido de queja
y de movimientos
obligados.


Descubriré el cielo
a la vista de los tímidos
rayos de sol
que se han enfriado.
Apagaré tus hojas incendiadas
que se visten
de reflejos apurados.


Amigo de raíces profundas
y de frondoso pasado:
Haré basura
de tus hojas amarillas,
remedos de sombra
y de verdor consumado.


Me montaré
sobre tu cuerpo agrietado,
para apurar el otoño.
Desnudaré tus heridas
a la lluvia que sana
y al frío que espanta,
para reírme del viento
que soplará retrasado.


¿Qué haces hoja
tendida en el pavimento?
¿Es acaso el viento quien se cansó
de soplar el cemento?
¿Esperas viajera
regresar a la tierra?


Palideces atrapada
en el plagio de la naturaleza,
que crece y se expande
con graciosa dureza.
¡Oh desgraciada torpeza!
¿Con qué derecho
te llevas la belleza?


Desengancharé
los nidos olvidados,
vestigios pasados.
Recuerdos de que hubo
nueva vida, nuevo vuelo,
nuevo canto alado.


Y algún día futuro
en un día templado,
y si tengo suerte,
bajo un lindo sol
iluminado,
miraré extasiado
el reverdecer de los brotes
de tus brazos mutilados.