Un profesor amigo que intenta revolucionar la enseñanza tradicional utilizando métodos para nada ortodoxos, nos desafió a una singular apuesta, comentándonos que en menos de una semana conseguiría que una población humilde –de las que existen muchas- se tuteara, literalmente hablando, con la difícil y poco popular geometría. “Imposible” replicamos nosotros, escépticos. “Esta gente está preocupada de asuntos muchísimo más urgentes, lo que es totalmente comprensible. Lo más seguro es que nos ganemos esta apuesta sin siquiera transpirar”.
“Trato hecho”-replicó el profesor con un tonito sobrado en su voz que nos pareció muy inquietante.
Días más tarde, este educador se aproximó a la vecina más propagadora de noticias, que dicho en buen chileno, viene a significar la más hablantina y le comentó, utilizando un tonito misterioso “¿No se ha enterado usted, querida vecina, que la hipotenusa es el lado opuesto al ángulo recto en un triángulo rectángulo? ¿No se lo habían comentado a usted? ¿Se da cuenta de lo que eso significa?” Y golpeándose la frente con su mano derecha, esbozó un gesto de sorpresa, concluyendo: “¿Quién se lo iba a imaginar?” La mujer abrió tamaños ojos y casi se atragantó para murmurar: “¡Desvergonzada! ¿Habrase visto? ¡Y oponerse a ese pobre Ángulo que es tan recto él!”
Y partió la señora hecha una exhalación para divulgar esta tremenda copucha. Surgieron frases condenatorias de este talante: “¿Y quién se cree que es esa famosa Hipotenusa?” O “Yo siempre tuve la certeza que esa tipa iba a terminar engañando al pobre señor Ángulo”. Y “Yo veía venir ese triángulo”. En escasas horas, la comunidad entera ya tenía una opinión sobre el tema, prevaleciendo las posiciones a favor del “desdichado señor Ángulo”.
Al cabo de una semana, todos los pobladores dominaban la geometría al revés y al derecho, imprecando a los Catetos, ensalzando a la Elipse, respetando en grado sumo a la señora Tangente, pero todos, absolutamente todos, condenando de la manera más enérgica a esa “Hipotenusa desvergonzada” que dejaba en ridículo al señor Ángulo y que no se tenía respeto ni siquiera a sí misma. Dibujadas en sus testas las imágenes de esta geometría, esa gente no las olvidaría con tanta facilidad y requeriría “nuevos y preciosos antecedentes”.
Demás está decir que perdimos la apuesta y ahora, nuestro amigo, el profesor, muy seguro de sus originales métodos, nos ha desafiado nuevamente con la siguiente afrenta: enseñarles complejos logaritmos a otro grupo de vecinos. Demás está decir que esta vez no fuimos tan categóricos en aceptar tamaña apuesta.
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