Todos lo sabíamos, pero a ver cómo se lo explicábamos. Hasta que se le ocurrió a Mauricio, cómo le podíamos decir lo que estaba pasando sin entrar en demasiados alarmismos. Y de la manera más fácil. No entendíamos cómo no se nos había ocurrido antes. Cuando a la vista estaba. Se lo dijimos a coro y con voz suave cuando se acercó a corro. La situación era incómoda, puesto que estaba derivando al absurdo, ante aquel secreto a voces que a modo de tabú impedía que las relaciones nuestras amicales discurrieran por cauces convencionales. Y cómo no lo vimos antes, pues estaba ante nuestras narices.

- Eres un cabrón.
Después nos descojonamos de la risa, comprendiendo que los asuntos hay que enfrentarlos de manera directa, sin subterfugios de ningún tipo.
Al poco llegó la responsable de aquel motejamiento: hermosa palabra del castellano, pero nuestro amigo, que ya estaba más que sobre aviso, compuso su mejor cara y le siguió la corriente a todo.
Ambos eran de la pandilla, pero nos pareció de mejor derecho José- Antonio- que así se llama el cornúpeta- por ser el perjudicado. Siempre a favor del reo- dijo Mauricio, que estaba estudiando segundo de Derecho.
Desde entonces hemos vuelto a la normalidad, pudiendo seguir con las sandeces propias de nuestra edad, que es lo que realmente alimenta, sin menoscabo alguno para el grupo. Pero lo realmente sorprendente es que se han reenamorado- tras el hallazgo- y se les ve felices y radiantes.
El poder de la palabra- dijo un día Mauricio, cuando no estaban ellos. Desde entonces la hemos adoptado en la pandilla y no falta día que no aparezca, tratándonos todos a la menor ocasión de putas y de cabrón. Como un bálsamo, ché. Para que luego digan que el lenguaje es desinformación.