Estoy en la indigencia, pero todo tiene su reverso. Por el cual, las relaciones que mantengo con la gente son auténticas, nunca preñadas de adulación.
Todos los días le lustro los zapatos al señor Braum. Deja buenas propinas. Mientras les paso el paño, me ilustra sobre cómo va el mundo. Gracias a ello tengo información privilegiada. El señor Braum confía más en mí que en muchos de sus colaboradores. A cambio de la buena propina que siempre me da, le informo de lo que pasa en la calle mientras él está en su despacho de la planta no sé cuántos del edificio en que tiene radicada su empresa. Se dedica a la consultoría sobre grandes negocios. Está al tanto de lo que pasa en el mundo, pero un poco al margen del pie de calle. Y así, mientras le hago de limpia, le cuento yo también cómo va la vida de los que tenemos problemas para subsistir. Algunas veces aprovecha mis ideas. Es importante en su profesión parecer un hombre al corriente de todo. Todo el mundo nos ve, pero muy pocos se imaginan tal simbiosis. Yo paso por el pobre Tom y el señor Braum por el señor Braum. Cuando me suelta el billete de cincuenta dólares, dejo de lustrar calzado y me voy a desayunar. Luego me pongo otro rato. Sé tanto de calzado como Frank Braun de negocios. A algunos les llama a la atención mis conocimientos de bolsa y me consultan mientras les limpio las botas. También se muestran generosos. Y así, dale que te pego, me gano la vida. Ya sé que no es lo mismo que estar en un despacho de los rascacielos que hay a mi alrededor, pero algunas veces, cuando contrasto opiniones con unos y otros, y doy en el clavo de algún asunto, me asalta el sentimiento de ser el amo del mundo.