Un sol matutino radiante de primavera se atraviesa a esos dos pilotos que están a punto de arrancar, la tensión en el pedal de aceleración se siente, el sol les da de frente, el comisario de la justa voltea al astro rey, al verlo lo deslumbra tapándose la vista de inmediato, espera unos instantes, en la mano derecha sostiene la clásica bandera verde que indicará la salida. En la tribuna la tensión crece, las apuestas han terminado, el piloto del Lamborghini rojo, casi rebasa la línea de salida, el piloto del Alfa Romeo de manufactura Suiza hace lo mismo. La espera se hace interminable, en el cielo una nube está a punto de hacerle un favor a la competencia cuando está a punto de cubrir el sol, la tensión crece, han pasado 40 segundos eternos. Las apuestas dan como favorito al Alfa Romeo. De repente en el horizonte un despliegue de patrullas de la policía local acelera de frente a toda velocidad con el chillante sonido de las sirenas, avanzan hasta detenerse en el punto de salida. Cleer el organizador del evento clandestino dice molesto y exaltado: ¡nos han descubierto, maldita sea! Un abucheo generalizado se escuchó entre los cientos de aficionados que abarrotaban las tribunas, fue un sonido superior al que hacían las patrullas de la autoridad oficial. El oficial de mayor rango llega pidiendo el permiso correspondiente; mientras que el astuto y sagaz Cleer se escabullía entre una multitud enardecida.