A Tontxu, por esa verdad de las catedrales.

Quería decirle algunas cosas a ese yo confiado,
a ese que enarbola la inocencia como bandera,
que confunde su libertad con involuntaria prisión
y recluido en su fantasía aún cree estar soñando,
utopía manifiesta, declarada en fraternos mentideros
que oyen sin escuchar, que juntos ríen al unísono
en la carcajada más universal que celebra la vida,
confiado en una anonimia reveladora y tan gentil
que celebra el espíritu de la manada como su fe,
sublime creencia para tan turbado desasosiego,
dormido en el premiado laurel de una estabilidad,
digna quietud por esa pregunta nunca respondida
un paso a frente nunca dado, a un palmo de darlo
pero que no llega porque el mar nunca se detiene
y las olas serenan otra vez nuestro deseo de fuga
en la creencia de que todo es pasajero, temporal
y como el mantra que nunca se cansa de repetir:
y es que no vale la pena vivir si no tengo aquello
que un día me dieron tus ojos; esa mi confianza.