Frente a la casa había un potrero, después del potrero más casas, y después de las casas, la salita velatoria.
Era pequeña, no mas de tres metros por seis, a lo sumo. Una sola puerta, dos ventanucos en el frente, una ventanita hacia el fondo, seguramente de un baño, esta de vidrio biselado, la otras con ángeles encastrados en el vitraux (vitro, con la o tirando a u, diría la maestra de francés), techo a dos aguas, paredes alguna vez pintadas de crema y en la punta del techo una cruz.
Nada, una salita como cualquier otra salita, en lugar de salita podría haberse dicho que era una habitación, o un cuarto para guardar herramientas o lo que sea. Pero no, era la salita velatoria, y esta palabra, velatoria, le regalaba un halo de misterio y curiosidad.
¿Por qué? ¿Porque allí se velaban a los muertos, porque otra cosa sino? Y los muertos, en la infancia son una cosa seria. Seria y desconocida, sobre todo para los que no teníamos que guardar ningún riguroso luto hasta ese momento.
Se morían los de otros, casi siempre los viejos, alguna que otra vez un vecino, como el marido de la maestra gorda que un día apareció duro en el asiento de su Škoda modelo 60, auto feo si los hay.
Si, sabíamos que la muerte andaba dando vueltas por allí y que dos por tres se cargaba a alguien, pero ¿Qué era un muerto? ¿Quién había visto a un muerto? Nadie y lo que no se ve, pero se sabe que existe (por mas que los muertos ya no existen) siempre trae curiosidad.
Tardes enteras se perdían tratando de darle alguna forma, alguna imagen a un muerto. Es lo mismo que cuando tu viejo mata un pollo o una gallina… se queda duro, quieto y listo, opinaban algunos. Otros, los que iban al colegio de los curas, aseguraban que no era lo mismo, un pollo no tiene alma, los muertos si, bueno, ya no la tienen, pero antes la tuvieron, por eso no es lo mismo.
Días y días de discusiones profundas, llevadas a cabo con una seriedad asombrosa y con certezas totalmente discutibles, pero que eran afirmadas como si fueran santa palabra.
Que la amiga de mi tía, la que vive en el centro, un día dijo que ese tipo que se murió en el hospital, mientras lo velaban se puso a toser, porque no estaba muerto parece, pero que después si se murió y no tosió más.
Que dijeron que, en la noche, en la salita velatoria se escuchan voces y se prenden y apagan las luces, eso lo dijo el mecánico que vive frente a la salita, que el no tiene miedo, pero que su señora si y los hijos ni te cuento.
Historias, ciertas, inventadas, oídas de alguien que a su vez la oyó de otro iban aumentando día a día, semana a semana, la necesidad de saber que era un muerto.
¿Y qué mejor lugar para encontrar un muerto que la salita velatoria? Si, ya se… el cementerio, pero en el cementerio no hay un muerto…. Hay muchos muertos y no vaya a ser cosa que alguno no este todavía del todo muerto y se haga el vivo.
Lo mejor es la salita velatoria, si hay un muerto va a ser uno solo, dos no caben y un muerto muerto no puede hacer nada.
El argumento era válido y tenía la suficiente contundencia como para que lo intentáramos algún día. Algún día que siempre se postergaba porque aparecían otras urgencias repentinas.
Hoy no puedo porque tengo mucha tarea… a mi vieja se le ocurrió que la ayude a limpiar la casa… hoy no, viene mi primo y tengo que jugar con él… excusas nunca faltaban… pero también debían tener un límite, porque el que no ponía excusas ese día, sacaba chapa de valiente y el que encontraba un pretexto para no ir, sufría el bochorno de ser un miedoso.
Hasta que un día las evasivas no fueron aceptadas mas y el grupo decidió que ese era el mejor momento para ir hasta la salita velatoria, ver un muerto y sacarse todas las dudas.
Era la media tarde cuando los cinco, el Gordo, los hermanos Sosa, Chiche y Chichin, mi hermano y yo, nos lanzamos camino a la misteriosa salita. Cruzamos el potrero, las cuatro o cinco hileras de casas las bordeamos por una calle de tierra, entreteniéndonos en tirarles piedras a los lagartos y lagartijas que aprovechaban el sol del verano y por fin llegamos hasta el frente mismo de la salita.
La puerta estaba cerrada, al parecer por ese entonces nadie se moría de tarde, todos lo hacían de noche. Las ventanas con sus ángeles enclaustrados no dejaban ver nada hacia adentro, caminamos hacia la parte de atrás, donde estaba la ventanilla que seguramente era del baño.
Era una ventanita chiquita, a medio abrir, dejando un espacio apenas suficiente como para que pudiese pasar un niño, pero no uno grande, por lo que el Gordo quedó descartado de cuajo, imposible que pasara por allí, mi hermano y yo éramos de los más altos, no estábamos seguros de poder atravesar la ventanita, pero si podíamos ayudar a quien pudiese pasar a alcanzarla, ya que estaba casi a dos metros del suelo, así que solo quedaban Chiche y Chichin Sosa y de los dos, el mas chico Chichin, parecía el indicado.
Todos estuvimos de acuerdo en que era el elegido y en base a amenazas, promesas y medio de prepo, ayudamos a que venciera su medrosa resistencia y permitiera que lo alzáramos hasta esa prometedora aventura que nos sacaría de nuestras dudas.
Lo escuchamos caer dentro de la salita y comenzamos a atormentarlo con preguntas…. Que ves… que hay…. Viste al muerto…
¡¡¡Que carajo están haciendo aquí!!! Nos asustó la voz del mecánico y solo se nos ocurrió salir corriendo y el que más rápido lo hizo fue el Chiche Sosa, que se olvidó por completo que su hermano había quedado dentro de la salita.
Corrimos hasta llegar al potrero y allí, agitados nos dimos cuenta del lío en que estábamos… Chichin Sosa no iba a poder salir por su propia cuenta de la salita y de nosotros ninguno se animaba ni a volver ni a decirle nada a nadie por temor al seguro castigo que íbamos a recibir.
No habrán pasado mas de diez o quince minutos, que a los cuatro nos pareció una eternidad, cuando lo vimos venir al mecánico con el Chichin Sosa de la mano y llorando.
Lo había escuchado gritar dentro de la salita y lo ayudó a salir.
Cuando el mecánico se fue después de retarnos y amenazarnos con contarle todo a nuestro padres, rodeamos al menor de los Sosa para que nos contara si había visto o no al muerto.
Solo vi un inodoro y esa cosa para mear parados, no pude salir del baño, dijo, la puerta estaba cerrada, la empujaba y no abría.
Los cinco tuvimos que esperar mucho tiempo para poder saber lo que era un muerto, pero ya no interesaba. |