Alicia es una mujer. Alicia trabaja y es soltera. Alicia no puede tener hijos. A Alicia le encantan los conejos y los toboganes. Alicia es vegetariana y practica el sexo todos los jueves. Alicia va al gimnasio los lunes y los miércoles en la noche. Alicia miente y los viernes come carne. Alicia los sábados se echa a morir.
Es Jueves en la noche.
Los azules, ese poquito de nada; brassier del mismo color; piernas, axilas y coño depilados, no hay bigote ni cejas fuera de lugar. El vestido negro: el más corto. Hombros al aire, cabello negro y suelto; los ojos azules para que combine, maquillaje natural. “Aquí dice que hoy no hay medias ni zapatos”. La limosina llega a las 10.p.m. Lista.
Suena el timbre y Alicia baja. Alguien abre la puerta y antes de entrar ve un hombre vestido de traje blanco, canoso y calvo en la parte alta de la cabeza, ojos azules (era de esperarse, tal vez un nazi barato) nariz grande, labios gruesos y piel blanca. Ella entra a la limosina y se sienta al lado del hombre en la parte de atrás. Él se le acerca, baja el vestido y le besa un pecho. Alicia sonríe.
El hombre no tiene nombre, así que Alicia pregunta cómo debe llamarlo mientras acepta un trago de vodka que le ofrece. Él dice: quítate lo que llevas encima. Alicia observa con desparpajo la terrible erección del hombre aquel que, desde el primer momento, le produjo un terrible sentimiento de repulsión.
Es Viernes en la tarde.
Alicia abre los ojos; incómoda sobre su mullido sillón, se levanta. Va a la cocina y dirige su mirada hacia la nevera que es una mole gigante y alta, fría y brillante. Alicia se acerca a paso lento, confiado, monótono y mas bien poco cadenciado; abre la puerta, mira y escoge... “hígado, corazón, bofe, pollo o res, tal vez caballo; podría comer conejo o sapo si decido salir, pero no, hoy no”. Alicia escoge una libra de hígado por su color y textura, además, claro está, por su valor nutritivo. Lo corta en pedazos, una parte para su bebida dietética que contiene además unas cuantas pastillas, y la otra para su moral.
Se siente cansada, un leve mareo – los estragos de mi vida – piensa ella. Se toma unas cuantas pastillas, termina su almuerzo que yace frío sobre un mesón de la cocina, va a la sala, enciende el televisor y espera el efecto de aquello que ha ingerido con anterioridad.
Es Sábado en la mañana.
Arvejas y coliflor con mayonesa, una zanahoria cocinada y jugo de maracuyá o mejor, avena.
Sola en su amplia cocina Alicia tiene todo un día por delante. Se acerca al computador, pues de vez en cuando le escribe algo a su amigo el camarero. La misiva comienza con algunas frases a manera de saludo y no más. Debería terminar con unas cuantas frases de despedida porque no hay ni mierda que contar.
“... te quiero mucho.. Adiós. Alicia.”
Es Domingo en la noche.
Sobre el mismo sillón de siempre, Alicia se ha dedicado a fumar todo el día. Durmió un poco en la mañana y otro en la tarde gracias a unas pastillas nuevas sin recetar. Va hacia la cocina y en un vaso encuentra un poco de su bebida dietética favorita, lo echa a la licuadora con unas de sus conocidas pastas, lo sirve de nuevo en el vaso y se lo toma “fondo blanco” como le suelen decir que es mejor. Vuelve a su sillón no sin antes encender el televisor y un cigarro más. Cae al suelo y no sabe porqué. Parece que se ha golpeado una mano. Trata de levantarse y recuperar su cigarrillo pero el mundo parece dar vueltas y le dan ganas de vomitar o de lanzarse por la ventana. Sube al sillón y espera. Aunque no sabe cuanto tiempo pasa, busca sus nuevas pastillas a su alrededor. Están muy cerca. Toma unas cuantas y quiere terminar su cigarro...
“... combustión espontánea...” eso le dijeron al camarero.
Cuento ganador del II Concurso Literario Umpalá 2005, organizado y publicado en antología por Sic Editorial (Bucaramanga, Colombia) |