El calor era infernal, sudaba a cantaros aquella tarde de verano. Pero ni siquiera ese calor que quemaba su piel podía hacer retroceder el frio de su alma. Parecía que no había poder natural o sobrenatural capaz de tocar su helado corazón. Nada le conmovía ya, nada tocaba sus fibras, tan gélidas como su misma alma. Había olvidado lo que era ser feliz, en pocos meses de ese candoroso corazón capaz de amar con ternura y pasión insospechada ya ni restos quedaban.
¿Puedes imaginar una nevada en pleno trópico? Pues créelo, él era como el trópico, alegre y risueño, lleno de optimismo, él resplandecía como el sol tropical. Pero se vino una nevada repentina, tormenta inesperada para la que él no estaba listo. Los vientos helados soplaron en su alma sin tregua; el frio infernal fragmento su otrora seguridad para convertirlo en un ser sin sentido. Luchó, te lo aseguro, estuvo dispuesto a no dejarse apagar por los nubarrones que lo acosaban. Pero perdió, cayó derrotado.
Un día ya no luchó más y la nieve continuó cubriendo su alma, ya sin resistencia. Y fue así como el invierno se tornó permanente en el trópico. Su corazón congelado ya no permite que el amor lo asalte, créeme cuando te digo que almas valientes han acudido a tocar su puerta, le han ofrecido amor a manos llenas, pasión y paz; pero ninguna de estas desdichadas ha logrado penetrar la dura coraza de hielo que ahora lo protege, para bien o para mal.
¿Existirá algún fuego capaz de derretir este hielo en el que él se ha convertido? Si existe alguno capaz de derretir la Antártida, tal vez sí.
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