Hace no mucho tiempo moró en estas tierras un barón cuyo nombre no sabría precisaros, dueño de un gran castillo, herencia de antiquísima nobleza. Valiente y cortés, dicho señor fué amado y conocido por las gentes del país como caballero arrojado y pródigo.
Habiendo aunado gran honor y ventura decidió tomar esposa para tener hijos que fuesen sus herederos. Le fué dada en matrimonio una doncella de gentil figura y bello porte, apreciada por su educación y por sus buenos modales. Y sobre todo por su belleza, que en poco tiempo le causó vertigo hasta hacerle perder la razón.
Guardó a su dueña en una abadía de su propiedad para que ninguno gozase de su belleza mas que él. Triste morada fué esta para una dama tan perfecta, dotada de grandes virtudes e inigualable belleza. Y un año debió vivir custodiada en aquel lugar.
Entre tanto, el enloquecido marido retornó al lado de su rey. Pero sus sueños le causaban una pena insoportable, pues veía cómo su mujer era alcanzada por un hábil amante que penetraba cada noche a la abadía. Quiso estar a su lado y hacerse cargo de su guarda, pero fué llamado a la guerra por su señor y no pudo regresar sino hasta haber cumplido un año alejado de sus asuntos particulares.
Durante este tiempo nuestro caballero perdió el buen semblante y hasta olvidó comportarse como gentilhombre que era. Habían incrementado día por día el vértigo y el fuerte dolor en el cráneo, justo sobre la frente, debido a la imposibilidad de retornar con su dama.
Viendo esto su rey, y siendo tan sabio como él lo era, quiso evitar la mala fortuna y ordenole regresar, relevándole de toda responsabilidad como caballero de su corte.
Cabalgó varios días sin descanso ansioso por reclamar a su mujer toda la deshonra a que le hubiese podido someter. Y ella juró inocencia con peligro de condenar su alma por perjurio, debiendo el felón contener su ira, que era más por locura que en defensa de su honor.
Encerrola luego en su castillo, prohibiendo la presencia de varón alguno en él, con peligro de muerte. Pero su dolor creció tanto que de su cabeza nacieron un par de cuernos curvados de puntas muy agudas. Tornó su actuar en el de un salvaje atemorizado, andando de un lado a otro en busca de pruebas que le otorgasen la razón perdida.
Inútil fué su empeño. Y sus cuernos crecieron año tras año sin encontrar solución alguna. Surgía pelo por todo su cuerpo, y la cabeza aún le dolía.
Fué así como ya no se le llamó más caballero, ni hombre.
Siete fueron los años de aquel infeliz y vergonzoso matrimonio, siete los amantes fantásticos y siete los días en que su mujer soportó tanto el hambre, a causa de su deshonor, que encontró su irremediable muerte. La santa dama murió virgen y el monstruo comprendió que los cuernos habían nacido de lo profundo de su cabeza, condenando por ello su eternidad....
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