Es que me he pasado las tardes y los días buscando seudónimos, palabras que encubran mi ser, que permitan que salga de mí la imagen desbocada que no se muestra en público porque es políticamente incorrecta, podría ser mi nombre pero que ponga mi nombre, ¿para que? Si yo no quiero que hable este ser cotidiano que no ofrece nunca nada, que tiene obligaciones, que se reprime, que no se encuentra y que se busca, no yo no quiero eso, no quiero que escriba de sus manías y vicios, de cuestionarse todo y de ser una constante analítica que se ofende por los vicios de esta sociedad de la que forma parte ni mandada a hacer.
Hay que aceptarlo, como pez en el agua, como todos...
Yo quiero que hable por mí: mi alter ego, este alter ego que no reprime la furia, que no se cansa de discutir, ni de hablar de nada y de todo, este alter ego que me mata, que no piensa, que no se cuestiona, este alter ego que vive, que no juzga, ni critica pero que tampoco tiene paciencia, pero vive, este alter ego que se pierde
madrugadas, que no tiene tiempo, ni horas, ni mucho menos limites....
Y como se supone que debo de firmar, si no me lo dice y ni hace intentos de decirlo, se supone que le tengo que inventar un nombre, pero eso a mi no me parece, sonaría ridículo y exquisitamente cursi, esperare mejor a que me lo confíe, que lo confiese ya sea en una fiesta de las que le gustan, en una tarde de sopor irremediable, o en una madrugada en la que las lagrimas suden la pasión.
Todo es cuestión de tiempo, y de estar quietecita para entender bien lo que me quiera decir.
Y así como nada, así firmo, pues al final de cuentas: nada.
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