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La niña está decaída. No quiere jugar, ni comer, ni llorar. Se embracila en el regazo de su madre, con los ojos mustios. Aun sin fiebre , un calor extraño y seco envuelve su menudo cuerpo.
Ya la han llevado al médico del pueblo, pero no hay señales clínicas que indiquen enfermedad.
- Denle agua y mantenganla en observación, por ahora - es el exiguo consejo que el facultativo entrega a los preocupados padres.
De vuelta en la casa, dejan a la pequeña en la cama y le traen mamadera con jugo de frutas, pero tampoco la quiere. Se acurruca con su “tuto” y duerme.
-¿que vamos a hacer? - pregunta con angustia la madre a su marido- ¿y si nos vamos a la ciudad a buscar un especialista? ¿o tal vez en la biblioteca tengan alguna enciclopedia? No podemos solo observarla y ver qué pasa…
- O podemos llevarla donde la madrina Eudocia...como te lo sugerí antes de ir al médico.
- ¿en serio? ¿insistirás con eso?
- No perdemos nada . Además, mi mamá le tiene fé...y yo también. Tiene buena mano para estos casos...
La madre se pasea por la habitación, contrariada, sin sacar los ojos de encima a la criatura que duerme pero no duerme.
- Está bien- dice - pero cualquier cosa rara que vea me la traigo de inmediato!

La pareja envuelve a la pequeña en un chal y a prisa se encaminan cerro arriba. La angosta , sinuosa y empinada calle de tierra no les merma el paso, y en solo minutos están frente al rústico portón de la casa de madrina Eudocia.
- ¡ Alooooó!- grita el padre, a todo pulmón, y al instante dos perros bullangueros dejan claro que hay visitas.
Desde la puerta de la casa - está bastante lejos del portón de entrada- una cabeza se asoma escudriñando a los visitantes.
- ¡soy yo madrina, Julio!- contesta el padre de la niña, sin que le pregunten.
La mujer , entonces, saluda con la mano y les indica que entren nomás, que el portón está abierto y que no, que lo perros no muerden.
- ¡Hola mi’jito!- la mujer abraza al hombre con cariño- ¡que gusto de verte!, pero pasen, pasen nomás.
- Madrina , ¿se acuerda de mi señora, Isabel? - las mujeres se saludan con amabilidad- Y ella es la Claudita, mi hija.
- Siii, la Claudita, tu mamá me ha hablado de ella.
- Es justamente por ella que venimos a verla, madrina. Ella no está bien desde ayer. La llevamos al médico pero no sirvió. ¿la podría revisar?
- Pero claro pues, vamos a echarle una miradita a esta guagua. Pásemela para acá- dice doña Eudocia , limpiandose las manos en el delantal.

Isabel, sin alternativa, le entrega a la pequeña a esta mujer de ojos dulces, manos ásperas y olor a humo. Su marido le ha dicho antes que ella sabe mucho de remedios caseros, de hierbas y de males que no parecen en las enciclopedias de medicina. Le ha dicho que de pequeños, él y sus hermanos la visitaron más de una vez, en episodios de “empachos”, o fiebres, o torceduras. Le había dicho que Eudocia tenía manos virtuosas y dedos verdes, porque todo lo que tocaba sanaba o florecía. Sin embargo, el origen citadino y la educación universitaria de Isabel la hacían escéptica y desconfiada. Aun así, la niña ya está en brazos de la madrina.

Eudocia de sienta con Claudita en su regazo. Le saca el chal, le habla para llamar su atención, pero la criatura solo se restriega los ojos y no responde. La mira por todas partes, la huele , le pasa el dedo por la frente y se lo lleva a la boca.

- Mmmh...- evalúa- bastante salado.

El rústico escrutinio pone nerviosa a Isabel, pero Julio le toma la mano y le hace un gesto para calmarla.

- Pues bien- concluye Eudocia - esta niñita está “ojeada”.

Para Julio, era evidente. Para Isabel, el diagnóstico le parece ajeno y surreal, y un sutil escalofrío le recorre la espalada.

Doña Eudocia, con la intuición y el ojo entrenados, nota la inquietud de la mujer.

- Mi’jita, me imagino que usted no sabe de estas cosas, ¿cierto?. Pero mire, - con impronta de pedagoga - yo le explico: la Claudita tiene mal de ojo, o sea, alguien con mala energía o con la sangre fuerte estuvo con ustedes y , tal vez sin querer, le hizo mal a la guagua. Los niños son muy sensibles a las energías, por eso se aojan con facilidad y se ponen así como está la Claudita ahora, porque la mala vibra les oprime el cuerpo y el alma Ahora, lo que vamos a hacer es santiguarla.

-¿ y como es eso, madrina? - pregunta Isabel ya entregada a la situación.

- La vamos a “limpiar” y se va a poner bien, ¿ya? Usted tenga fé. Ahora voy a llevarme a la niña a la pieza y vuelvo.

A Isabel el corazón le da un vuelco, porque a pesar de los ojos dulces y la voz convincente de la venerable madrina, no le hace gracia que se lleven a la criatura donde sus ojos no la vean…

- ¿no podemos ir con usted?…

No hay respuesta.

Desde la sala, a los padres solo les queda esperar la ejecución del críptico tratamiento. Desde el interior, se escuchan pasos crujientes sobre el piso de madera vieja, y por las paredes delgadas se filtra un murmullo rítmico y un el olor a ají ahumado, que les irrita levemente los ojos.
Isabel, con el instinto materno activado, atiende a esos sonidos y aromas con atención mayúscula. El padre, por su parte, espera sentado con la serenidad de quien espera su turno en la peluquería.

Despues de quince minutos , el murmullo mántrico cesa. Los pasos crujientes vuelven a la sala y aparece la madrina con la niña en brazos. Isabel se abalanza a tomar a la niña, quien le estira los bracitos y se le abraza al cuello. Viene empapada en su propio sudor, con olor a ají ahumado, a laurel quemado y otras hierbas. Isabel la besa y la acurruca contra sí, pero la pequeña, como si nada hubiese pasado, se suelta para explorar por la sala, curioseando los chiches e intentando trepar a los sillones gastados. A medias lenguas pide jugo y pide galletas. La Claudita , es de nuevo la Claudita.

Isabel, impactada y feliz, agradece y abraza a la madrina. Le confiesa su escepticismo, le comenta que no entiende cómo lo hizo pero que eso no importa, que lo que importa es que la niña está bien. Julio también le agradece y le entrega con discreción dos paquetes de cigarrillos, su placer prohibido, los cuales ella guarda con pudor y rapidez en el bolsillo del delantal.

-¿eso es todo entonces, madrina? - pregunta Isabel - ¿la guagua ya está lista?
- Sí, está sanita ya, pero les voy a aconsejar que para prevenir que la aojen de nuevo le hagamos una protección más completa. Tráiganmela los próximos 9 viernes y la vamos a proteger para siempre de la mala vibra. Santo remedio.

Durante los siguientes 9 viernes, Isabel y Julio acudieron puntualmente al tratamiento de blindaje energético de su hija. Para Julio, el ritual no era distinto a otras tradiciones de su familia. Para Isabel, una oportunidad de encuentro y aprendizaje con la sabiduría popular.

Texto agregado el 24-05-2021, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-07-2021 lo que importa es que "la claudita" este bien :P muy coloquial el lenguaje, me engancho me gusto... Arcano20
 
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