Un kiwi se desprendía armoniosamente de su piel que caía en una sola serpentina hipnotizadora, si el diseñador del anuncio perseguía conseguir belleza sensual, lo había conseguido. “Rotator, una herramienta indispensable en su cocina” gritaba un hiperestimulado gringo rubiales que no se debía de haber enterado de que eran las tres de la mañana. Después de la ducha psicológicamente necesaria para abordar con un mínimo de posibilidades una noche de marcha, me había tumbado a fumar un cigarro mientras decidía si quería ir joven e informal o ponerme a planchar. Lo primero. Entonces lo de abajo está claro y arriba... pero eso no puede ser; el azul y el verde se pegan mordiscos. ¿Y por qué se llevarán tan mal estos colores? ¿Los pájaros azules se llevarán tan mal con los pájaros verdes? Pero si no hay pájaros azules, tal vez no hay porque se los comieron los verdes ¿Y peces?
Me había quedado dormida con el improvisado documental que me transportó a la hora de la siesta. Las tres de la mañana: demasiado tarde; los amigos que no beben están ya en la cama, imposible verles, y los que beben están borrachos, imposible alcanzarles. El kiwi se había transformado en un rábano en el que rotator rechinaba una espectacular textura blanqui-violeta.
Para eso había quedado, para ver programas publicitarios de las tres de la mañana, yo que siempre había defendido la noche al día en las apasionadas discusiones con mis maduras y casadas compañeras de trabajo. Ahora ya pertenecía al sector de público al que iban dirigidos esos deprimentes programas; a saber: gordas insomnes, borrachas solitarias y desenamoradas crónicas.
Me imaginé contando a una jovencita imprudente cómo yo prefería los paseítos al sol a los bares de copas, las comidas a las cenas, las verduras a la CARNE, el buen vino al mucho vino y que yo ya me sabía de sobra la noche con su música atronadora y sus borrachos babosos, y que ya había ido a esa maravillosa tienda donde te cambian la juventud en buen estado por una buena dosis de experiencia, que no te vuelve viejo sino interesante. Tuve que levantarme al servicio.
Para quitarme el mal sabor de boca; lo mejor una copita, pero solo una y por prescripción médica, que beber sola huele a reunión de esas en la que te levantas y dices tu nombre y cómo el Señor te ha ayudado a no ser un borracho, sino un alcohólico creyente y esperanzado.
Rotator esculpe un limón y las minúsculas gotas de zumo parece que atraviesan la pantalla y casi llegan a oler, los ojos se entrecierran instintivamente, el cubata de ron también se alegra con la imagen y es que como dice Rober: el limón es el noventa y tres por ciento de una copa.
Y Rober sabe de copas, pero ¿por qué no habrá llamado esta noche? ¿Por qué no habrá llamado nadie? Lo peor de simultanear diferentes ambientes a tu conveniencia es lo prescindible que te vuelves. Si vas te adoran, pero si faltas nadie se entera.
Un día de estos me voy a echar una “mejor amiga” de esas que llaman sólo porque se aburren y te acompañan al ginecólogo. Ya tuve una, Clara, pero ya se sabe que Dios sólo arranca las flores más bellas de su jardín y hace poco más de un año, en un visto y no visto, se casó. Nadie pudo hacer nada.
Pero aún me queda rotator, siempre fiel, poeta que duerme con su nana a la cebolla, que sabe tallar bajo la tosca piel del kiwi elaborada esmeralda, que inventa perfumes que viajan en las ondas. Estás vivo cuando todo duerme, mi rotator, quien te toca sonríe, poderoso talismán, mercenario y poeta, poseerte para mí es un desafío y sólo 4995, más gastos de envío.