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Malena conoció al hombre del perfume a la salida del cine. Se le cayó un guante y él, amablemente, lo tomó del suelo para alcanzárselo. Sus miradas se cruzaron; un cosquilleo arrebatador le subió desde el estómago a la garganta al chocarse con aquellos ojos penetrantes de rarísimo color celeste del hombre. Lo vio atractivo y gentil, alto, delgado, cabello negro y tez aceitunada. Sus ojos parecían aguamarinas que irradiaban singular brillo. Traje oscuro de alta costura contrastaba con una camisa alilada de seda y una corbata color lavanda de rayas trasversales blancas. Su cuerpo evaporaba un intenso y raro perfume que la embriagó al aproximarse.
Malena agradeció el detalle y sin darse cuenta en minutos estaban conversando en el café de la esquina atestado de gente, cuyo murmullo los alentó a sentarse en un rinconcito casi privado del lugar.
Animadamente comentaban la película que habían terminado de ver. El aroma del café se perdía mezclándose con el perfume arrebatador de su acompañante casual, hasta parecerle sentir que el hombre la cubría con su cuerpo.
La charla se extendió. Como todo caballero él insistió en acompañarla. Ya en la puerta del chalet la conversación no tenía fin. Encantada con su compañía lo invitó a tomar otro café o un trago si le apetecía. Él tomó apaciblemente las llaves de las manos de la mujer y abrió la puerta.
Luego de señalarle el sillón e invitarlo a sentarse se dirigió a la cocina para preparar el café que acompañaría la conversación sin pausa que sostenían. Hablaron de arte, cine y de todo aquello que a ella le fascinaba. Sus gustos eran afines y su cultura parecía dominar con facilidad cada tema.
En la sala, el viejo tocadiscos olvidado en un rincón volvió a sonar como antaño y la suave música instrumental de Glenn Miller invadió el lugar como llegada de otro mundo apasionante y maravilloso. La tomó por la cintura girándola hacia sí, la llevó al centro de la estancia y comenzaron a bailar. Apoyada en su hombro percibía cada vez más el fuerte aroma a lavandas hasta sentirse mareada de tanto aspirarlo.
Al notar que ya perdía el sentido el desconocido la tomó en sus brazos y sus labios delinearon la hermosa boca de Malena, excitada y entregada ya a sus requerimientos.
La llevó al dormitorio y desnudó, bajo la luz de neón que se filtraba en el dormitorio, la hizo suya, mientras su perfume la narcotizaba hasta perder la razón.
Solo respondía a los instintos que se despertaron por el embrujo de sus manos. Las estelas imperceptibles de lavanda la enloquecían como si fuera un lento y raro veneno.
Sus sentidos se sometían a los requerimientos del deseo provocado por el misterioso hombre, que después de satisfacer sus deseos dejó a Malena semidormida, extasiada y plena gracias a la entrega del hombre y por la forma en que supo complacer todos y cada uno de sus deseos luego se evaporó como su perfume sin que ella se diera cuenta. Al despertar no lo encontró a su lado. Malena quería levantarse, pero le era imposible, su cuerpo no le respondía y decidió esperar a su mucama
La mucama al llegar por la mañana la encontró rara, apretándose la nariz le preguntó por el olor reinante
-Sra. Malena ¿Qué le ocurre? ¿Qué sucedió? ¡Aj que repugnante olor!
Malena murmurando respondió:
-Nada Juana, no pasa nada, solo sucede que el hombre del perfume ha envenenado mis sentidos, me estoy disolviendo con su aroma.
- ¿Qué dice Sra.? No la entiendo…
Malena logró con esfuerzo ponerse de pie al borde de su cama, de pronto Juana vio casi atónita como Malena se evaporaba hasta desaparecer de su vista quedando sobre las chinelas de raso el camisón blanco de satén , mientras permanecía en el cuarto aquel perfume repugnante hasta las náuseas.

Texto agregado el 18-05-2021, y leído por 49 visitantes. (0 votos)


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