En una ciudad del Sur de Chile, en Valdivia, imitando a mis compañeros secundarios intelectuales llevaba a todos lados un cuaderno empastado (sin espiral) con un lápiz amarrado.
Cómo los mismos (mis compañeros) me avergonzaban que estuviera vacío, se prestaba para dibujos obscenos, decidí escribir un cuento para exigir respeto.

Dio resultado. Al menos ya no le arrancaban hojas.

Luego vino otro y otro cuento.

Después los dejé de lado porque me dio por la masturbación.

El cuaderno, en vez de cuentos, lo usaba para llevar la cuenta.

Dibujaba un cuadro semanal, al estilo horario de curso, que ocupaba toda la plana, y con una X marcaba las veces.

El cuadro lucía lleno de cruces. A algunos de mis compañeros también se les ocurrió. Competíamos.
Varias veces mis amigas compañeras (las hembras) me preguntaban que son esas cruces, y yo respondía "las veces que pienso en ti".

Daba resultado. Algunas se enamoraban. Bueno, al menos había acercamiento.
Esos encuentros tiernos con mis compañeras los marcaba en el mismo cuadro de horario pero con un círculo.

La cantidad de círculos, debo reconocer, eran mucho menos que las cruces.

Una vez la joven profesora jefa revisó los cuadernos y me llamó adelante para preguntarme, delante de todos, que significaban las cruces.

Respondí "las veces que estudio".

El curso reía. Yo hacía gestos que pararan, que me estaban perjudicando.

¿Y las pelotitas? Insistió la profe.

Yo opté por el silencio. El curso reía ya a carcajadas.

“Sucio, mal educado, vaya a sentarse, se ganó una anotación por insolente y cochino”. La profe pensó lo peor. Merecía la anotación.

Cuando estaba en la universidad viajé a Valdivia y en la plaza me encontré con ella paseando con su mamá.

Bello encuentro. Recordamos el incidente y se disculpó, pero reconoció que me merecía el reto.
Eran muchas las pelotitas.

Acepté las disculpas, no sin antes aclararle que las pelotitas no era lo que ella pensaba.

Eran las cruces.

Se ahogó de la impresión.