Ensayo basado en LA FALACIA DEL LIBRE ALBEDRÍO de Bequeano
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Creo que lo principal, previo a tomar una posición respecto de un principio o creencia, es acordar su significado para centrar en ello la discusión. Esto sirve para evitar mantener un diálogo de sordos que la mayoría de las veces resulta irreconciliable y contradictorio. A mi parecer, el hecho de tener grandes exponentes en veredas opuestas, respecto de la validación del libre albedrío, solo es a consecuencia de definir de manera imprecisa el alcance de su conceptualización.
Rescaté esta definición de libre albedrío, pero podría haber sido otra, para definir una postura consistente con ella. Es probable que otra definición me hubiese llevado a tomar una postura distinta.
"El albedrío (de la deformación vulgar del vocablo latino arbitrium, a su vez de arbiter, ‘juez’), libre albedrío o libre elección es la creencia de aquellas doctrinas filosóficas según las cuales las personas tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones."
Si tengo la posibilidad de tomar mis propias decisiones, no puedo estar más de acuerdo con que existe el libre albedrío, sean estas decisiones buenas o malas, consistentes con lo que siento que debo hacer o no lo sean, y aun cuando tengan consecuencias positivas o negativas. No puedo entrever, en esta definición, ninguna implicancia que sugiera que el libre albedrío sea absoluto, cosa que por cierto no lo es, toda vez que no decidimos nacer o morir en determinado lugar, fecha o circunstancia. Una obsesión habitual del intelecto humano es buscar que todo sea absoluto. Y otra, es suponer que siempre existe una postura en oposición que deslegitima a su contraparte. Me resulta coherente creer en el determinismo causal, con apellido, pues siempre nos es posible establecer a lo menos una causa que da origen a una manifestación que podemos conectarla como su efecto. Además que el determinismo causal, valida la existencia de una causa arcana, única y original que bien podríamos atribuirle a Dios, pues evidentemente esta causa escaparía a nuestra voluntad o hacer como especie.
Comparto, según lo que comprendo, que el libre albedrío es una re-conceptualización filosófica —no desde la fe y si se quiere intelectual— de la voluntad. Y la voluntad no es otra cosa que la posibilidad cierta de actuar volublemente, incluso la mayoría de las veces en contra de nuestra propia naturaleza.
La libertad no debe ser confundida con la voluntad humana, como bien lo precisa John Locke: “La cuestión de si la voluntad humana es libre o no es incorrecta. La libertad, que es solo un poder, pertenece solo a los agentes y no puede ser un atributo o modificación de la vida”.
Según mis divagaciones, la libertad definitivamente no existe pues nuestro pensamiento y conducta es siempre consistente con nuestra deformación, formal o informal, del contexto socio cultural que nos acoge. Nos esforzaremos por ser siempre el mejor representante del estereotipo socio cultural de un individuo socializado. Incluso adoptar una postura anarquista representa solo un sabor entre los muchos disponibles en la sociedades actuales, pues es coherente con un estereotipo común conformado mucho antes de nuestro nacimiento.
Es admirable la postura de Baruch Spinoza: “No hay voluntad libre ni absoluta en la mente, pero la mente está determinada a querer esto o aquello por una causa que está determinada, a su vez , por otra causa y esta por otra, y así hasta el infinito. Los hombres se consideran libres porque son conscientes de sus voliciones y deseos, pero ignoran las causas por las que son llevados al querer y al deseo.” y me resulta imposible no estar de acuerdo, toda vez que nuestras elecciones serán siempre tomadas sobre opciones escogidas previamente desde otras voluntades: culturales, políticas, sociales y hasta divinas; si creemos que fuimos creados. Pero incluso con mandatos tan orgánicos como el hambre, aún podemos optar por dejar de comer y ejercer así nuestra voluntad.
Sin querer desmerecer el pensamiento de Kant y Nietzsche, el cual no he profundizado, reúnen ambos la misma postura de los antiguos filósofos griegos, quienes decidieron asesinar a los dioses para que pudiese manifestarse en todo su esplendor el hombre. Un hombre conducido por la lógica, la razón que fuese capaz de sostener la existencia sobre sus hombros, o más bien sobre su cabeza. Y de hecho, en gran medida se ha conseguido tal objetivo a ratos, cuando todo se conduce como se espera que se conduzca. Cada vez que pienso que una pequeña desviación de la órbita de la tierra nos puede llevar a la extinción masiva es cuando sé que nada de lo que hemos construido esta realmente en nuestras manos.
En relación al desarrollo de tu postura personal, puedo estar de acuerdo con lo que postulas, siempre y cuando se respeten los límites definidos de aplicabilidad para «un hombre normal». Sin embargo, la manifestación de la conducta humana, no es absolutamente predecible (como bien lo sugieres al establecer los límites de normalidad), límites que por lo demás, continúan siendo estadísticamente definidos. En lo personal prefiero fijar mis propios límites, en la forma como se conceptualizan las ideas, pues resulta mucho más predecible que asimilar la conducta del hombre a los dispositivos informáticos.
En consecuencia, resulta mucho más fácil rescatar el sentido pragmático del libre albedrío que junto a la construcción del pecado responsabiliza al hombre de los acontecimientos que no pueden ser explicados bajo el alero de una divinidad bondadosa. Y desde este punto de vista, si creemos que existe el pecado, el libre albedrío en consecuencias no sería una falacia. En lo personal no creo en el pecado como el acto de obrar con maldad, y en consecuencia no necesito creer en el libre albedrío para obrar en bondad.
Creo que esta nueva definición, la del libre albedrío, estrechamente relacionada a ejercer la voluntad con maldad (malévolo) o con bondad (benévolo) —de allí se desprende la raíz volo de estos calificativos— es un aporte de San Agustín, si podemos culpar a alguien por ello.
"San Agustín de Hipona sostenía que el libre albedrío supone la posibilidad que tiene el hombre de elegir entre el bien y el mal. En este sentido, es un concepto aplicado a la libertad del ser humano para obrar bien o mal". Quizás la realización del deseo de Immanuel Kant: "El imperativo moral que necesitamos, como base de la religión, debe ser un imperativo absoluto y categórico”. |