Joseph nació en alguna ciudad europea perteneciente al Imperio Austro-Húngaro a fines del siglo XIX.
De adolescente, además de ser aprendiz del oficio de talabartero disfrutaba de las reuniones donde se bailaban los valses de Strauss, tan de moda en aquellos años.
Pero algo sucedió cuando cumplía los 17 años, Europa entró en guerra. Sus siguientes 4 años transcurrieron en trincheras, donde a diario vio morir a sus amigos o compañeros de armas en ese conflicto que apareció en sus vidas desde la nada.
Nada fue igual en su vida después de ello. Sin embargo tuvo el poder de la resiliensia para rearmar su vida, formar un hogar y con ya 4 hijos pequeños junto a su esposa emigraron a un país poco conocido, allá en el Sur del mundo, a Argentina. Allí hay indios le decían, pero prefería convivir con ellos que con los cultos y civilizados europeos que cada tanto metían al continente y ahora al mundo en guerras terribles. En el “nuevo mundo” tuvo su quinto hijo y trabajó de Sol a Sol dejándoles a sus hijos el aprendizaje de su oficio y una casa. Este hombre fue mi abuelo.
Historias como estas hay millones, podría nombrar la de Aarón en Polonia cuando a los 17 años fue confinado a un campo de concentración en Polonia durante 6 años, donde vio morir asesinada a toda su familia, así como los que durante la Segunda Guerra Mundial fueron alistados para uno u otro bando. Los adolescentes armenios masacrados por los Turcos. Los adolescentes de la historia más reciente (y presente) de Palestina…
Creo que a cualquiera de ellos les parecerían unas vacaciones eso de vivir en paz durante algunos meses o tal vez dos años, en sus cómodas casas, con la tecnología actual a su alcance, algunos con una Play 4 a su alcance, y a ninguno se le hubiera ocurrido organizar una fiesta clandestina porque hay una pandemia que mata a millones de personas desconocdas y que solo aparecen en la tele y las noticias, hasta que algún familiar suyo o de un conocido se contagia y muere. Porque los daña “psicológicamente” no salir de noche a emborracharse y agarrarse a trompadas. Algo está muy mal con nuestra generación de “centennials”, hay algo que no entendieron, que no aprendieron, o que no quieren entender ni aprender. Los padres al diván. |