Querido Fiódor te escribo esta carta aprovechando que estás muerto y no tendrás oportunidad de leerla. Al punto. ¿Alguna vez sentiste la nada, alguna vez experimentaste aquello de meramente existir, pero sin vivir?
Cómo hago para describirte aquello querido Fiódor, cómo. Los humanos somos como una montaña rusa, tal vez no alcanzaste a ver alguna o tal vez sí, ya que es rusa como tú. En fin, nuestro ánimo sube al pico más alto con un único propósito y es cruel pero cierto: desplomarse vertiginosamente. Las emociones van y vienen alocadamente en este proceso, exclusivo de nuestra especie hasta donde sabemos. Esas emociones nos dominan, hasta nos condenan.
Qué pasa amigo mío cuando la montaña rusa de la existencia se detiene en una fosa, se estanca en una única emoción y aquello que antes dijimos que nos hacia humanos no emerge, aun invocándole. Mi querido Fiódor, mi fosa es un hueco espiritual, más aún es como un hoyo negro que devora cualquier sentimiento que trata de emerger para recordarme mi humanidad.
He de confesarte mi difunto amigo que llevo varios días aletargado, regodeándome en una tristeza que parece infranqueable, creo que sería más llevadera la posesión de un demonio que esto que padezco. Como si nada más hubiera, soy espectador pétreo de los intentos fallidos de mis amantes por arrancar a mi alma muerta un poco de empatía, un poco de alegría auténtica, más aun, un poco de amor o su antecesor el enamoramiento.
Querido Fiódor, esa lucha heroica pero inocua por hacerme sentir algo sublime solo aumenta mi pesar por no poder responder como esperan, con la generosidad que merecen. Qué sería lo justo en este caso. Dime querido Fiódor, si yo fuera Iván que destino escribirías para mí luego de semejante confesión. No sería acaso poner fin a una existencia vacía por propia mano. ¿O tu moral no te permitiría poner en mis propias manos mi destino?. Creo que no obtendré la respuesta que busco, estás demasiado muerto como para despejar mi duda.
Así me despido, te alcanzaré pronto en la fosa, creo que cerrar los ojos para siempre restaurará el orden natural. Creo que, estando el alma muerta, la putrefacción del cuerpo no debe tardar.
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