Hay un extenso vacío que hace decidir escribir, para reconstruir todos los momentos que el egoísmo no permitió registrarlos en la sangre. De esa manera intentar reencontrar las personas, los abrazos, las palabras, los diálogos, los paseos, los viajes, las comidas compartidas. Quizá en las palabras estén los tiempos, y los espacios abandonados en el camino del olvido inmediato. Habría que viajar con el viento de los molinos de la memoria, he ir descubriendo los haz de luz que pintaban la paredes colmadas del reflejos de mañanas, tardes, noches, sobre las que se elaboraron cosmogonías. Habría que regresar la mirada hasta donde se posa el olvido cubriendo la vida expresada en lo inmaterial, ahí se encuentran los antiguos caminos sobre los que se pintaron los primeros misterios; los primeros colores y primeras formas, que volverán, todo el tiempo, a ser fuelle de la respiración.
En los fetiches están los soles de la fantasía. Brilla en el recuerdo, y las formas llegan a estar entre el paladar y la lengua. Hay rincones de tiempo, en los que están detenidas las acciones, o se repiten infinitamente, de la misma manera. A veces, en un descuido, se escapan de la forma y se transforman en otro acierto de la memoria. Viajan nítidos los lúdicos colores sobre los soportes de la respiración. El cielo irrepetible en la realidad, se repite con todo detalle en las palabras, con las mismas nubes, los mismos contornos del paisaje delimitado por lo techos de las casas. Recorren por las calles del sonido, las canciones ancladas en las esquinas de los tiempos. En esas canciones se repiten las rutinas escondidas del olvido; en esas canciones regresan respirando las emociones discernidas como fundamentales, encarnadas en manos, rostros, voces, lugares, sueños que navegan en ríos de geografías inspiradas desde la respiración.
Una ventana y la sensación de que la realidad está expandida desde afuera hacia adentro y desde adentro hacia afuera, esa ventana deja entrar la mañana hasta el comedor en el que un pedazo de rutina de siglos se recrea en la nueva infancia. El círculo concéntrico del tiempo elaborando sus obras, reafirmando las filialidades como puentes hacia lo eterno. En el centro de todo esto, sentado conociendo el sabor de los pensamientos. Ahí en la hora rememorada, están los tarros de lata que hacen parte de mi cabeza; esos tarros viejos, con alegrías que ahora solo muestran sus contornos; hay momentos en los que el rompecabezas aparece armado, entonces todo el peso del tiempo entra liviano por la nariz y se va a acostar complacido en esa parte del vientre de donde había salido antes.
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