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Inicio / Cuenteros Locales / maparo55 / Una brujita en apuros

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Por acá festejamos el Día del niño, el 30 de abril. Así que decidí intentar hacer un cuento infantil, pero creo que no me fue tan bien. Esto fue lo que salió.

Había una vez una bruja que ya no quería ser la bruja de su cuento. Solo tenía doce años y en tan corta edad ya estaba cargada con infinidad de responsabilidades, más la enemistad de muchas brujas. Desde muy pequeña le enseñaron que debía se mala, odiosa, terrible, egoísta; pero por más que trataba nada de eso le salía bien. Así que las demás brujas de su aldea la tenían como una bruja inútil y tonta, que no era capaz de ser malvada ni hacer iniquidades a los demás personajes del cuento. Porque eso era lo que hacían las mejores brujas, ser lo más malvadas posible.
Así que Lea (porque la brujita se llamaba Lea), agarró las pocas pertenencias que poseía, guardó su traje y su varita de bruja, se vistió como cualquier niña normal y se fue a donde sus pasos la llevaran, a buscar otro cuento u historia donde encajara mejor. Estaba sola, su madre había muerto de una extraña enfermedad, de la cual ni las brujas se podían curar. Entonces como cualquier vagabundo caminó, caminó, caminó muchos pasos, hasta que sus pies no pudieron más.
Encontró una cabaña a la orilla del camino, así que se acercó a pedir posada. Una familia muy humilde la habitaba, el padre, la madre y un niño de ocho años llamado Dan que simpatizó de inmediato con ella. Le ofrecieron a Lea un poco de carne, queso y pan; ella quedó muy satisfecha con lo que le dieron. El niño hacía su tarea escolar, estaba batallando con unas sumas y restas que no terminaban por entrarle. Te puedo ayudar, le dijo a Dan, y como Lea siempre había sido muy buena en matemáticas, le enseñó al niño un método tan sencillo y práctico para hacerlas, que Dan las terminó muy rápido.
Lea se sentía diferente al actuar como cualquier niña común, le agradaba no ser mala y poder ayudar a alguien. La invitaron a pasar la noche y durmió a pierna suelta sin preocuparse por nada más. Despertó cuando el sol brillaba alto. Poco después se despidió de la familia, pero les dejó un regalo. Puso en las manos de Dan una pequeña caja de madera que llevaba entre sus cosas, la tocó discretamente con su varita y le dijo al niño: “cuando esté tu familia en apuros, solo pide el deseo de lo que necesiten, sopla dentro de la caja y todo estará bien. Sé bien que la utilizarás con sabiduría”. Luego de dar las gracias a la familia, se fue muy campante por el camino.
No sabía a dónde ir ni qué hacer, quizás seguir caminando le abriera las ideas. Así lo hizo. Cuando el sol casi se ponía, llegó a un pequeño poblado. No tardaría en oscurecer y ella necesitaba conseguir un lugar donde dormir. Un viejo, permanecía sentado en una silla a la entrada de una casita. Decidió preguntarle sobre algún sitio dónde pasar la noche.
-En el pueblo no hay muchos lugares donde alojarse niña, ni son muy recomendables para alguien de tu edad. ¿Cuántos años tienes, once, doce?
El hombre parecía adivino.
-Soy un hombre muy viejo y medio ciego, pero si no te ofendes, puedes pasar la noche en mi casa. Vivo solo, pero no desconfíes, no te haré ningún daño. También tengo un poco de pan y leche, para mitigar tu hambre.
Decidió confiar en el viejo. Entró en la casa. Era una morada humilde, sencilla, con pocos muebles que denotaban la pobreza reinante.
Le sirvió a Lea un vaso con leche y arrimó pan. Mientras ella comía, el viejo le contó su historia. Era viudo, su esposa había muerto hacía poco más de un año, ahora estaba solo.
-Una buena vecina viene a preparar la comida y a realizar un poco de limpieza. Yo soy muy torpe para eso. ¿Y tú, por qué estás tan sola?
Le contó de su madre muerta, que no tenía amigos en el lugar de donde venía, que la veían con malos ojos, que por eso había decidido emigrar.
-Eres muy joven, no deberías andar sola.
Claro que no le dijo que era bruja.
El viejo le brindó su techo para pasar la noche, ella aceptó gustosa pues no tenía lugar a dónde ir. Sin embargo, no quería causar molestias, así que en cuanto amaneció, mientras el hombre aún dormía, usando su varita mágica, aparecieron infinidad de platillos de comida deliciosa y frutas de la estación; era su forma de expresar las gracias por la hospitalidad recibida. Se fue.
Lea siguió su camino. Atravesó con lentitud todo el pueblo, salió al campo. Encontró un bosquecillo y caminó entre los árboles, disfrutando de su sombra, de su frescura y del canto de un sinfín de pajarillos. Llegó a un río. Una mujer lavaba con afán en una de sus orillas. Cuando se acercó a ella, la mujer no la vio hasta que estuvo frente a ella.
-Me asustaste- dijo.
La mujer sudaba por el esfuerzo realizado.
-Se ve cansada. ¿Puedo ayudarle?
-¿Por qué harías eso? No me conoces.
-Solo quiero ayudar. Además, sé lavar la ropa muy bien, porque yo lavo siempre la mía.
Sin decir más, auxilió a la mujer. En pocos minutos, platicaban ya como si fueran dos viejas amigas.
La mujer era joven y tenía una niña de tres años que ahora estaba en casa, al cuidado de su abuela materna. El esposo la había abandonado casi al nacer el bebé. Ambas pasaron toda la mañana lavando y conversando. Cuando terminaron, ya sabían lo que tenían que saber de cada una.
Lea conoció a la niña, a la abuela y también la invitaron a comer. Hasta ahora no podía quejarse, pura gente sencilla, amable, buena, había tenido la suerte de encontrar. ¿Era correcto seguir caminando, vagando?... Le gustaba esta historia, ser parte de un cuento simple donde casi no pasaba nada. Lo pensó mucho antes de decidirse. Habló con la mujer. Le dijo que si podía quedarse con ellos, ayudaría en todos los quehaceres, sería obediente y útil, sobre todo para lavar, pues de ahí salía el dinero para mantener a la familia. Le dijo que no la rechazara, que si le permitía quedarse no se arrepentiría. La mujer y su madre lo dudaron mucho, pero finalmente su buen corazón les ganó.
Lea se quedó a vivir con las tres mujeres, ahora serían cuatro y lucharían lo que fuera necesario para estar bien. Ser una niña común era algo mágico, tanto como ser bruja. Esa varita mágica sería de mucha ayuda en los momentos difíciles porque seguramente los habría. Lea tenía la seguridad de haber encontrado en este cuento diferente al suyo, una familia, en donde no dudaba que sería feliz.

Texto agregado el 09-05-2021, y leído por 177 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
22-05-2021 Interesante leerte en uno de los tantos ramificaciones de literato. Escribir para niños o adolescentes es complejo, especialmente ahora cuando reinan la generación de cristal que todo les causa impacto. Me gustó; como siempre un trabajo asertivo y pulcro. Muy bien. Saludos desde Iquique Chile. vejete_rockero-48
10-05-2021 En lugar de ser un cuento de brujas éste parece un bello cuento de hadas, de los que tanto me gustaban cuando era niña. Se lo leeré a mis nietos. Un abrazote, maparito! Clorinda
09-05-2021 Se lo leeremos a nuestra nieta. Muy lindo. Marcelo_Arrizabalaga
09-05-2021 Esa brujita al nacer se equivocó de cuento, debió nacer en el cuento de las hadas. Que lindo es leer cobre corazones repletos de generosidad en un mundo cada vez mas estrecho. Un abrazo, Sheisan
09-05-2021 Te quedó hermoso. Glori
09-05-2021 Lea encontrò una familia, la que se convirtiò en sù familia, eso ha sido la mejor magia!! Shou
09-05-2021 —Tus letras y la brujita Lea hoy me transportan a un remanso del río turbulento que hoy en todo ámbito navegamos. Y a medida que voy leyendo se asoma el niño que guardo en mi mochila de viaje y tus letras me hacen recordar aquellos cuentos que tanto me gustaban en mis años lindos y así hasta llegar a ese final que siempre sueñan los niños. —Un gran abrazo virtual para ti y otro imaginario para Lea. vicenterreramarquez
09-05-2021 Intentar otros géneros es loable, querido Mario. El infantil contra todo lo que se pueda suponer, no es tan fácil. Por lo que entiendo, tu cuento sería sólo para pre adolescentes. Me gustó!!! Un cariño muy grande!!! MujerDiosa
 
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