Recuerdo de un 10 de mayo.

En este año de la pandemia de COVID-19, se acerca el 10 de mayo, festejo a las cabecitas blancas, bueno, algunas no, las que acaban de ser mamás. Por tradición hay que festejar a todas madres vivas o difuntas.
Yo soy originario de Puebla y recuerdo de adolescente, que la numerosa familia se reunió para festejar a mamá Lucha (la abuela).
Ella y el abuelo ya tenían el nido vacío, su casa es enorme. El marido pragmático quería mudarse a un departamento pequeño, pero ella se opuso diciendo “esta es mi casa donde mis hijos y nietos puede reunirse los domingos”. El abuelo con la displicencia que lo caracteriza no dijo nada, con una sonrisa burlona la dejó sola.
El 10 de mayo fue el festejo, la abuela Lucha desde temprano, al amanecer, se atareó para limpiar la casa y siguió y siguió en el trabajo para el festejo, para recibir a los hijos con sus parejas, los nietos y la casa se llenó de bullicio.
Varias mamás ya estaban en el cielo (suegras), por lo que se rezó el Rosario en su memoria. “Pinches mochos”, pensé y desde luego desaparecí de la escena.
Mi papá y uno de los tíos llevaron una caja de botellas de tequila de a litro, para preparar las “palomas”, coctel de moda entonces, más cervezas “victoria” para bajar la comida y empezó el festejo.
Ya bien encervesados y palomeados, empezó el pleito entre los hermanos, y el más belicoso se fue, pero antes les dijo a sus hermanos: “chingen a su madre”.
Y bien que se chingó la abuela Lucha, ¿quién creen que tuvo que recoger todo y limpiar de nuevo la casa?