Me deslicé sobre la arena que enardecía de fuego, mientras el calor trepaba, como un líquido metálico y viscoso, que bullía con mis nalgas.
El sol rasgaba la tarde, en una llovizna de rayos, que se derramaban por los colores desérticos. Estaba sola, en la playa más cercana de mi casa. Después de unos minutos fui hacia el agua, alternando mis pies, sedientos de frescura. La espuma estalló por todos los rincones de mi cuerpo, en una lucha de corrientes desesperadas, por ganarme la vida. Mis huellas, se hundían en el piso arcilloso, a medida que las olas me iban ejecutando. Traté de nadar, por la espesura verde del agua, mientras infinitas bocas me deglutían, en un sin fin de círculos concéntricos. Y, como si dos manos, fundiesen su piel dentro de mi cuello, cuando estaba a punto de perder la respiración, quedé plasmada entre las sombras de las crestas, que me arrojaban bruscamente, hacia la costa. Me arrollé con las algas, que desdibujaban mi pelo enarenado. Lentamente me fui levantando, como abrazando al aire estatizado, que latía entre mis dedos; nadie había en el lugar. A lo lejos, por debajo de las nubes, una lancha de colores, quebraba el horizonte sin verme. La tarde se iba cerrando en inmensas nubes violetas y rojas, a la vez que mi piel, comenzaba a reflejar esos mismos tonos vespertinos. Intenté gritar, pero el dolor se hacía más profundo. Sentí la noche acercarse, como una marea oscura que me invadía peligrosamente. Y casi sin fuerza, desmayé.
La mañana se abrió, en un aleteo de gaviotas alborotadas, que giraban suspendidas, en torno a mí. Toqué mi cuerpo magullado, casi como para constatar, que aún estaba viva. Aunque ahora el dolor, ya no era tan agudo. La playa, como yo, había quedado expuesta al día, en una suerte de naufragio, sin barca. Y apenas caminando, me alejé de allí.
Pablo acarició mis brazos, con sus manos tibias aún barrosas, quienes junto a mí, flotaban sobre el agua en la pileta de la casa. El sol, caía perpendicular a nuestros cuerpos tendidos, mientras sentía, que su mirada piadosa, me recorría toda. Sonriendo, me dijo: -“ Estás tan linda así; ¿Tuviste un sueño amor?”.
Lo miré sin entender, mientras mis labios murmuraban repletos de sal; - “ No lo sé, aún estoy algo dormida”. Y aunque sé que no me escuchó, pude ver, como su mirada se perdía con el ruido de la playa. A lo lejos, una lancha de prefectura, rondaba furiosa la ciudad, buscando un cadáver de mujer, que había desaparecido misteriosamente, esta mañana.
Ana.
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