Se encontraba descansando a gusto luego de un día de arduo trabajo. En las manos sostenía un libro que le habían recomendado. Sentía tanto placer, que estuvo a punto de quedarse dormida. De pronto, algo indefinido la alertó. Era como un rumor sordo, subterráneo, que llegaba de lejos. Ella se estremeció, sintiendo en las entrañas lo que estaba pasando. Cuando llegó a los pocos segundos, ya era tarde. Vio cómo las paredes comenzaban a rajarse. Las estanterías se movían, y los adornos de cristal que tanto trabajo le había costado conseguir, cayeron, haciéndose trizas. El gato lanzó un maullido de pánico que trepó por las paredes y llegó hasta el techo que en ese mismo instante, se desplomó. Se puso de pié, inmersa en polvo y espanto, y notó cómo el piso se abría, tragando con una inmensa y ominosa boca oscura que de pronto le creció, parte de los muebles. Desapareció el sillón, aún tibio por su presencia y la mesa con tres sillas. Sólo quedó una, tambaleándose como su pasado. No vio más a su gato. Entonces, desesperada, estiró los brazos, asiéndose de la luz de una estrella que se filtraba a través de los retazos del techo. Y agarrándose bien fuerte, trepó como pudo, con toda su energía, subió y subió vigorosamente, hasta que ya sin aliento ni resistencia, transpirada por completo, descansó su agotamiento en la luz, y no pudo ver más a la tierra.
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