El drama de la falta de tema
Jober Rocha
Como definen los diccionarios, la palabra drama tiene varios significados e interpretaciones. Según los diccionarios Houaiss y Aulete, drama puede significar: "una forma narrativa en la que se representa o imita la acción directa de los individuos", "texto en verso o prosa, escrito para ser escenificado" o incluso "la puesta en escena de ese texto" .
Por analogía, también se puede considerar "cualquier narración dentro del ámbito de la prosa literaria en la que exista conflicto o fricción", que pueden ser cuentos, novelas, etc.; o incluso todo el arte dramático. El término, como aón mencionan los diccionarios, también se encuentra en el cine, em la televisión y en la radio; lo que significa un texto de ficción, una obra de teatro o una película de carácter serio, no cómico, que presenta un desarrollo de hechos y circunstancias compatibles con la vida real.
En la vida cotidiana, un conjunto de eventos complicados, difíciles o tumultuosos puede ser un drama, así como un evento que causa daño, sufrimiento, dolor. Pero estos son solo algunos de los significados más conocidos. Se ve, por lo tanto, que es una palabra con distintos matices e interpretaciones. Sin embargo, pretendo ceñirme a un solo sentido, que es el que quita el sueño a los escritores, que les hace perder el hambre, que retiran las ganas de divertirse, de pasear por el parque, de hacer ejercicio: la falta de imaginación sobre qué escribir.
Este drama toca con mayor intensidad a aquellos escritores de cuentos, crónicas, ensayos y poesía cotidianos. En general, los escritores de novelas ya tienen una idea de la trama de sus obras y personajes, y los capítulos diarios fluyen con mucha más facilidad.
Difícil es cuando te fuiste a dormir tarde, hubo una noche de insomnio y al día siguiente, por la mañana, tienes que empezar un texto de cinco páginas comentando, narrando o inventando algún episodio dramático, cómico o sarcástico que llame la atención de los lectores y nada se le ocurre en la mente. Este es el verdadero drama al que me refiero.
Cualquier escritor tendrá que estar de acuerdo en que tratar de hablar de la falta de temas, como hago ahora, es una de las cosas más difíciles que existen y que requiere, incluso, cierto dominio de la arte del proselitismo. El tema, sea el que sea, tiene la propiedad de llenar (buenas o malas) todas las líneas de una página y motiva al lector a seguir el razonamiento del escritor hasta el final del texto.
La falta de tema, a su vez, abordada en algún texto, tiene que estar bien conducida (como mencioné antes, incluso con cierto domínio del proselitismo y de la retórica), para que quienes lean el material no lo abandonen de inmediato y vayan a dedicarse a otra tarea o actividad más útil.
Entonces, como ven mis amigos, no es nada fácil para un escritor encontrarse en el teclado y no tener ningún tema interesante en la cabeza del que hablar, al menos, en unas pocas páginas. Compararía este sentimiento de agonía y desesperación, que experimentan algunos escritores al atravesar la situación en la que ahora me encuentro, el mismo sentimiento que tiene un preso a punto de ser fusilado y que se enfrenta al pelotón de soldados que ya se pone en forma, recibiendo la munición y alimentando sus armas; bajo la seria mirada del comandante, quien pronto dará las tres órdenes fatales: ¡Prepárense! ¡Apuntar! ¡Fuego!
Los que me lean, tengan la certeza de que es la misma sensación que sintieron los presos franceses cuando los llevaban en vagones de la prisión a la Place de la Grève o a la Place de l'Hôtel de Ville, en París, donde perderían su puesto y sus cabezas en la conocida guillotina. La última ruta que tomaron por las calles de la ciudad vieja, sentados en el piso del carro que los conducía, mirando los edificios y la gente en las aceras, estuvo llena de agonía; como la del escritor que, sentado en su silla, mira el teclado inamovible de una pantalla de ordenador vacía.
El célebre escritor francés Víctor Hugo, seguro, atravesando un momento similar al que me encuentro hoy (es decir, sin ninguna imaginación sobre qué escribir) y, quizás, teniendo la misma idea de comparar lo que yo estoy sentindo, con la sensación de condenado a muerte que tengo yo, debió haber decidido escribir su obra conocida como “El último día de un condenado”, logrando, con mucho trabajo e imaginación, llegar a unas cincuenta páginas. Miren, mis amigos que, incluso para un escritor famoso como él, a menudo pueden ocurrir momentos de total ausencia de ideas. ¿Qué dirás, entonces, a aquellos, como yo, que todavía andamos arrastrándonos por el vasto mundo de la literatura?
Desde la época de los sofistas, en la antigua Grecia, el arte de envolver lectores y oyentes ya formaba parte de la Filosofía y fue estudiado y perfeccionado. El sofismo, como sabemos, consiste en un razonamiento engañoso que tiene como objetivo defender algo falso y confundir a quienes lo contradicen con el sofista.
El sofista siempre procede de mala fe y su objetivo es ganar la discusión, incluso si no tiene razón. Apenas comparando, diría que el objetivo del escritor es siempre encontrar a alguien que lea lo que escribe, aunque nada justifique su lectura. Si alguien está dispuesto a perder su precioso tiempo leyendo lo que el escritor escribió, como cualquier sofista, ya habrá ganado su "discusión" con el eventual lector.
Los sofistas griegos más conocidos, de la palabra, fueron Protágoras, Gorgias, Hipias, Licofron, Prodicus, Trasimaco y Cálicles. No me arriesgaría a nombrar sofistas de prosa y verso en la literatura contemporánea, para no herir susceptibilidades. El filósofo Arthur Schopenhauer, en su obra 'Cómo ganar un debate sin tener que tener razón', estableció 38 estratagemas de la llamada Dialéctica Erectica, conformando un catálogo muy interesante de trampas, cuya idea no era enseñar al lector a engañar, pero, sólo, para prepararlo para defenderse de los argumentos deshonestos de sus oponentes en eventuales debates.
Como ven mis amigos lectores, el mundo de la literatura está lleno de textos filosóficos, novelas, novelas, cuentos, ensayos, crónicas, poemas, etc., escritos por unos pocos escritores que realmente tienen algo que decir y por muchos que, sin tener nada, solo quieren que se les pague bien por el tiempo que dedican.
La mayoría de los que escriben con frecuencia tienen el único propósito de vender palabras a lectores ávidos de conocimiento y distracción. Los editores solían hacer algunas selecciones porque pagaban a los escritores, ahora publican libros en forma de colecciones de diferentes autores, donde nadie recibe nada por su texto. Sin embargo, en muy pocos textos el lector encontrará lo que realmente busca: nivel de distracción, o información que no conoce.
En ocasiones, las grandes bibliotecas privadas están compuestas por innumerables obras que ni siquiera han sido leídas o, muchas veces, solo hojeadas, por tratar de temas poco interesantes que fueron notados por los lectores solo después de haber adquirido las obras literarias mencionadas.
La pieza literaria que muestra su valor es, en mi humilde opinión como aprendiz de escritor, aquella en la que el lector sigue leyendo con interés hasta el final y cuando acaba no se siente traicionado por el autor ...
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