El costo de residir em Brasil
Jober Rocha (Cuento de Humor Sarcástico)
Habiendo despertado tarde ese día, tenía mil cosas que hacer antes de ir a la peluquería y la manicura: tendría que ir al Departamento de Impuestos sobre la Renta , al Plan de Salud, al Departamento de Tránsito y a una institución médica donde me registraría como donadora de órganos y tejidos para trasplantes.
El primer problema comenzó de inmediato en el Departamento de Impuestos sobre la Renta, cuando pregunté sobre mi reembolso del impuesto sobre la renta que yo habia pago adelantado. Al consultar mi número de registro CPF, informaron: - ¡CPF no existe!
El funcionario preguntó: - ¿Te volviste a registrar el año pasado? ¿Trajiste un certificado de vida? ¿Copia de actas de nacimiento y matrimonio de ambos abuelos, materno y paterno?
Me fui de alli, cabreada. Pensé para mí: - Este es el Custo de residir en Brasil. ¡Nada funciona aquí!
Desde el Servicio de Impuestos sobre la renta, fui a la sede del Plan de Salud para obtener la autorización para la cirugía de hemorroides, que había solicitado hace más de quince días. Cuando llegué, escuché del empleado: - No se presentaron pedidos con este nombre. ¡Tu registro tampoco coincide!
Indignada, fui a la sede del Departamento de Tránsito, pensando en cancelar mi plan de salud y mudarme del país. Cuando llegué, tenía la intención de pagar una multa cuyas dos notificaciones -con el mismo número, pero con valores diferentes- había recibido hace días y que, además, se referían a la misma ocurrencia; sin embargo, en diferentes lugares de la ciudad. Al consultar mi numero de RENAVAM (registro nacional de vehículos de motor), apareció en la pantalla lo siguiente: RENAVAM Inexistente.
Mirando el reloj, vi que llegaria tarde, porque tenía programada la peluquería para las once y ya eran las diez cuarenta y cinco. Tomé un taxi para ir más rápido y, lamentablemente, pasé el resto de la mañana en ese vehículo, en un atasco hacia donde me dirigía.
Desanimada, desilusionada, enojada con el mundo, regresé a casa. Pensé, en el camino de regreso: - ¡Perdí todo el día y no resolví nada! Dios mío, ¿por qué nací aquí? Exclamé en voz alta!
Al llegar al apartamento, toqué el timbre dos veces. Mi esposo se había quedado con nuestro hijo pequeño, ya que llevaba un mes desempleado y aún no había conseguido otro trabajo. Cuando abrió la puerta, mirándome a los ojos, dijo: - ¡Mi esposa no está aquí! ¿Qué quieres?
Mi hijito, saliendo de detrás de sus piernas, me miró y, volviéndose hacia su padre, preguntó: - Papá, ¿qué quiere esta mujer fea y mala de nosotros?
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