La estación del tren estaba sumida en la nube de vapor que exhalaba la máquina. Los últimos viajeros se apresuraban a subir a los vagones y a despedirse de los familiares y amigos que los habían acompañado hasta el andén. Adelina observó el viejo reloj de la estación, comprobó que sus agujas marcaban las 3 de la tarde.

El jefe de la estación hizo sonar su silbato. Su padre se despidió dándole un corto beso en su mejilla y se retiró tras decir unas cortas palabras; "Cuídate mucho". Ella le dijo adiós con la mano. El tren emprendió su marcha, luego él agitó su brazo desde la ventana diciéndole adiós. Adelina quedó impresionada porque notó que su papá no tenía una mano. Despertó sobresaltada pero no pudo volver a dormir de nuevo.

A partir de los 10 años, Adelina empezó a ayudar a su padre a hacer los fondos de los cuadros. Aprendió sobre la perspectiva, el primer plano, el plano intermedio, el último plano, la línea del horizonte, etc. Él pintaba cuadros en cantidad, y los vendían casa por casa, por lo que muchas veces estaba de viaje. Adelina no podía concebir la idea de ver a su padre con la mano amputada, pero pensó que era un sueño así que decidió no tomarle importancia.

Al siguiente día, tuvo el mismo sueño, se despertó bruscamente, tenía el cuerpo tenso, bañado en sudor. No lo pensó más y decidió ir donde Samanta, la vidente del pueblo. Al llegar se dispuso a tocar la puerta, tomando la gran anilla que tenía la aldaba con forma de una especie de león con la boca abierta.

La mujer del peinado en globo abrió la puerta, observó la cara de preocupación de la joven que no podía disimular. La invitó a pasar, ella la puso al tanto del sueño porque le parecía tan real como la misma vida. Se acercó a la mesa despacio, la mujer barajó las cartas, se las tendió a Adelina y la invitó a cortarlas. La primera carta que salió fue la torre. La mujer explicó que significaba una amenaza en la vida, una tragedia, un conflicto, algo dramático que no esperas, pero viene lo más importante: “tomar el toro por los cachos y decidir qué vas a hacer al respecto. Si las predicciones son buenas, debes buscar que se cumplan; si son malas, hay que evitarlas a toda costa”.

De camino a casa se encontró al cura, entonces aprovechó para contarle su sueño tan real como un lienzo, pero sin decirle sobre la visita de la vidente porque sabía que la reprendería. El cura le aconsejó orar diciéndole: “la intención de nuestras oraciones no es cambiar la mente de Dios ni ir en contra de su voluntad, pero podemos estar seguros de que la oración cambia las cosas, aun nuestros propios corazones”.

Adelina buscó la romería de mujeres rezanderas que ese día 2 de noviembre recorrerían el poblado con velas y la imagen de la Virgen del Carmen. El padre nuestro y la plegaria de los difuntos se mezclaban con los cantos de los pájaros de un atardecer resplandeciente en el pueblo de El Encanto. En el momento justo en que iban a empezar el rosario las detuvo. Les habló del sueño tan real como la luz del día, que no le permitía acabar con su ansia, por consiguiente, pidió ayuda para poner a su progenitor en la oración.

Junto a ella, en la estación del tren, se encontraba una mujer gorda llena de paquetes, se quejaba del calor y de la carestía mientras devoraba un chocolate enorme. La señora masculló algo que no se entendió a causa del chocolate que hinchaba sus mejillas. Al girar el rostro vio a su padre bajando del vagón con su elegancia característica. Ambos se abrazaron con cariño.

Adelina observó algo tan aterrador como incomprensible, una cicatriz muy notoria en la mano derecha. “Fue un accidente con la sierra de madera circular, recortando unos marcos”. Dijo su padre, quien notó la cara de sorpresa de su hija.