Los escritores
Jober Rocha
Releyendo la conocida y voluminosa novela 'Guerra e Paz', de León Tolstoi, se me ocurrió comparar la vida de algunos escritores - aquellos que fueron tocados por la vocación literaria desde temprana edad - con un gran volcán. No el volcán que luego despues de una primera y única demostración de su capacidad y potencial monumental, pasa el resto de su vida durmiendo en alguna montaña aislada o en el fondo del océano, sin producir nada más magnífico que nuevamente aporte encanto, maravilla, o que causa temor a quienes lo observan de lejos.
El Volcán que me refiero - y hay muchos de estos en todo el mundo - es el que se comunica directamente con el magma desde el centro de la Tierra, con frecuencia regular. Por su boca, o cráter, vierten a la luz del sol, constantemente, varias toneladas de minerales nobles e, incluso, eventualmente, algunos quilates de diamantes con fuegos y purezas únicas y de rara observación en el suelo; hecho que, por sí solo, justificaría todo ese trabajo de la Naturaleza; así como la enorme cantidad de tierra, lava y ceniza que el volcán se ve obligado a arrojar por el suelo y al aire, para permitir la contemplación, por nuestros ojos humanos, de esas gemas, hasta ahora, escondidas en el interior del planeta.
Algunos escritores, como los volcanes que mencioné, tienen una conexión directa con la dimensión etérea, donde se encuentran las divinidades, trayendo de allí, estoy plenamente convencido, las palabras, los diálogos, los temas, los personajes, las situaciones, las tesis y teorías con las que enriquecen su obra, produciendo em ciertas ocasiones obras maestras divinas; aunque en ocasiones lo unen, por excesiva prolijidad -como lo hacen los volcanes con las cenizas, las tierras y las lavas - palabras, párrafos y textos cuya única función es unicamente resaltar las cualidades de esas piedras preciosas y de eses metales nobles, que produjeron en forma de textos literarios.
Otros innumerables escritores, aun sin gozar de esta conexión con la dimensión donde viven los dioses, también tienen pequeños volcanes internos, que los obligan a liberar constantemente parte de la materia prima intelectual que, en combustión, circula por sus mentes en busca de la luz, del ojo y del aprecio de los lectores.
Tales escritores tienen una necesidad imperiosa de producir continuamente textos literarios, científicos y filosóficos, poesía, cuentos, crónicas, novelas, etc.; poniendo em el papel, para fuera de si mismo, todo ese material ardiente, al punto de estallar; lo que significa que a menudo pasan varias horas al día en sus oficinas, escribiendo.
Lo que para otros podría considerarse un castigo, o una obligación, para ellos constituye un placer sin precedentes. Muchos escritores viven la vida de sus personajes de tal manera que llegan a ser conmovidos por los destinos que les han sido reservados, mientras escriben sus obras. De la misma manera, sus lectores estarán encantados con el desarrollo de lo que leerán en el futuro.
La satisfacción que sienten, la mayoría de los escritores, al ver terminada una buena obra de su autoría es comparable a la del padre o de la madre al contemplar al recién nacido en brazos del médico que lo extrajo del vientre materno. Digo buen trabajo porque incluso los mejores escritores no siempre escriben obras de las que se sientan orgullosos en su totalidad. Factores sobrevinientes que yo llamo reposo de los dioses y que muchos llaman de falta de inspiración, pueden afectar una u otra obra de escritores tradicionalmente reconocidos como genios.
Una vez finalizada la obra, o incluso antes, muchos escritores ya están pasando a otra, casi siempre sobre un tema totalmente diferente al anterior. Las obras son como un flujo de lava que necesita ser expulsado por el volcán, para que la presión interna no explote todo el centro creativo, donde hierve el magma incandescente de la creación literaria. Esto es tan cierto para algunos escritores, como es el caso de otros artistas: compositores, pintores, escultores, cineastas, etc.; así como con algunos científicos y con algunos filósofos, siempre que, por supuesto, trabajen por vocación.
Quizás los lectores se imaginen que al tratar de describir algunas de las características comunes a los escritores por vocación, intento, subliminalmente, hacerles creer que estoy incluido en esta categoría. Nada más lejos de la verdad, porque, además de nunca haber tenido tal reclamo, me vienen a la mente las palabras de Niccolo Machiavelli, en El Príncipe:
- “Así como los que dibujan el paisaje se colocan en las tierras bajas para considerar la naturaleza de los cerros y las altitudes y, para observarlos, se colocan en una posición elevada en los cerros, también, para conocer bien el carácter de la gente, es necesario ser príncipe y, para entender el bien del príncipe, es necesario ser pueblo ”.
Por tanto, para conocer bien al lector hay que ser escritor y, para comprender bien al escritor, hay que ser lector.
En conclusión, estoy realmente convencido de que, en el caso de las obras geniales - aunque estas se materializaron a través de sus autores - ciertamente fueron concebidas por los dioses en otra dimensión, generadas en la mente de los respectivos artistas durante algún tiempo y llevadas al público a través de las manos de estos virtuosos que, a lo largo de los tiempos, han proporcionado un enorme placer y engrandecimiento al género humano.
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