Inicio / Cuenteros Locales / tsk / Hambre y escasez de pan.
Yo veía que allí no podíamos triunfar. Ellos me llamaban derrotista; pero era más bien un visionario y estaba bastante claro que aquella guerra de guerrillas callejera no la podíamos ganar. Con mirar caras me conformaba, y cuando me cansaba de ver faces de chica, la emprendía para el internado carretera adelante o haciendo autoestop. Rara vez me quedaba sin comer y ni que decir tiene que la película vespertina nunca me la perdí. Para entonces uno andaba ya bastante desanimado en torno a todo lo que tuviera que ver con la mujer y su universo. Atisbaba un odio africano hacia nosotros- o por lo menos hacia mí- en ellas: mercantilismo y poca sensibilidad hacia el elemento masculino, o, por lo menos hacia mí- vuelvo a repetir. Y el caso era que eran necesarias a los fines reproductivos y uno les tenía cierta afición.
Como quiera que cada cual cuenta la feria como le ha ido, hoy, mucho tiempo después, la palabra que asocio a ella es la de decepción. Se veía que aquellos fines reproductivos no estaban hechos para mí. Yo, que me considero un tipo bastante simpático y cordial.
La palabra creo que es misoginia. Una misoginia consecuente a la decepción. Claro que para tales tiempos la decepción era generalizada y de haber podido hubiera declarado non gratos a toda la humanidad, sin distinciones de sexo.
Pero no era esto lo que venía a contar.
Desde la atalaya de sus coletas parecían observarnos a los del internado, también como objetivos militares. Eso era lo que uno apreciaba, aunque por aquellos tiempos no lo lograba racionalizar adecuadamente, pues estaba lejos de mi imaginación que la lucha de sexos tuviera tamaña trascendencia en la explicación de la sociología de los hechos cotidianos.
Sólo veía caras largas. Unas caras tan largas en las que era menester emplear muchas horas para redondear. Y uno no andaba con excedentes en tal materia. Así que me compraba paloduz y me lo mascaba camino del internado. Ha sido mi regla maestra en la materia. Si a la primera entrevista no lograba ver un atisbo de empatía- como se dice ahora-, daba por zanjada la cuestión. Quizá por ello no haya tenido demasiadas amistades al otro lado de la trinchera. No he sabido hablar su lenguaje. Y es que sobre la materia uno ha exigido- lo que es extraño- reciprocidad. Nada de juego nupcial ni leches. O se habla claro o mejor callar. Y hemos callado. Desconozco si en todo este camino he despertado algún sentimiento amoroso en alguna mujer.
Se puede decir al respecto que sigo mascando paloduz pero ahora no en el camino del colegio donde estaba interno, si no en el más genérico que es el de la vida. Y, como entonces, sigo con la misma máxima: hambre y escasez de pan.
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Texto agregado el 25-04-2021, y leído por 57
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