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Aquel pleno al quince lo sacaba de pobre. Sólo había que dejarse llevar por la inspiración. Y esperar al milagro de las variantes. La suerte de lo imprevisible.
Bastaba con que aquellos treinta equipos se pusieran en concierto con su propia previsión. Como si a Juan Martínez lo conocieran de algo. Y nada menos que tan profundamente como para leer su mente y ganar donde había que perder y viceversa.
Con la misma fe como un creyente acude a la iglesia iba él con su cupón. Un cupón en el que decía, entre otras cosas, que al Barcelona aquel domingo lo habrían de hacer una zarria y en propia casa. Era la única manera de ganar algo. Es decir, su postulación a rico pasaba por hecho tan improbable como que don dinero no fuera tan poderoso caballero como dijera Quevedo.
Por ello, aquel boleto, en el fondo, era un programa revolucionario: planteamiento inaudito por el que el capital se había de ver doblegado por las fuerzas del trabajo.
Aquel boleto era un manifiesto antes que un simple pronóstico deportivo; la afirmación de la fuerza del tesón frente a la del cuproniquel . Un arma revolucionaria. Propaganda subversiva. Claro que sí- se dijo a sí mismo. E insuflado de espíritu revolucionario entró en el despacho de lotería cantando la internacional. |
Texto agregado el 23-04-2021, y leído por 63
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