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Tenía la mirada tan fría que sus ojos eran sólo un aparato de ver. Un saurio entre nosotros. El último vestigio de aquellos tiempos. Milagrosamente se había conservado, tras la extinción de los grandes saurios. Y la tenía justamente enfrente de mí. Helaba la sangre sólo contemplarla. Pero por otro lado aquel milagro zoológico parecía afirmar lo valioso de su singularidad. Por ello, quizá, guardé la maza y los afilados estacos. Quién era yo para poner fin a aquella evolución de millones de años. Nada más cerrar la cremallera del maletín, sentí, al mismo tiempo que sus turgentes senos, su feroz y letal mordida en mi yugular. |
Texto agregado el 22-04-2021, y leído por 62
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