Los sefardíes que no se convirtieron al Catolicismo se vieron abocados a abandonar España en 1492, fecha de la expulsión decretada por los Reyes Católicos por abstrusas cuestiones políticas, religiosas y culturales.
De los 500.000 que habitaban la península, se cree que 100.000 emprendieron el camino triste del exilio.
Desde entonces , se asentaron dispersos en distintos países: Rusia, Turquía, Israel, etc.
Señal del apego y la añoranza de la patria perdida es la conservación del judeoespañol o ladino , una variante arcaizante , una especie de lengua fosilizada en los modismos del XV.
Se dice que algunos descendientes aún conservan la llave de la casa que abandonaron en Sefarad. Es tremendo el simbolismo y el dramatismo que encierra la historia de esas llaves , quizá guardadas en un joyero multicolor , repujado , cubierto de polvo de siglos, evocador de las estancias que tuvieron que abandonar , forzados por el fanatismo, la intolerancia y los recelos al diferente.
Los que se quedaron , los judíos conversos, los cristianos nuevos, padecieron siempre las sospechas inquisitoriales, las acusaciones de herejía, la condena de no ser cristianos viejos, la infravaloración y el descrédito.
Los hispanistas creen ver en escritores de la talla de Fray Luis, del autor anónimo del Lazarillo, del mismo Cervantes ...antecedentes familiares judíos, ese pueblo sufridor de la persecución, quién sabe si auspiciada a menudo por la envidia, habida cuenta de sus habilidades mercantiles.
El propio Américo Castro postula orígenes judaicos en el autor de La Celestina. Achaca a esa raíz el fondo desengañado, pesimista y receloso de la cosmovisión de Fernando de Rojas , que se desprende en su dramática obra.
Y es que suele pasar. Allá donde hay persecución, rechazo, condena, maltrato, injurias, incomprensión...se levanta , como señal de protesta, una mirada de soslayo, recelosa, desconfiada y sarcástica.
Es lo que denomino como la mirada del converso. La mirada del perdedor de sus cosas, de su casa, de sus vecinos, de su tierra.
O la del que , quedándose en ella, tiene que pelear siempre con la sombra de la sospecha, tan cainita.
No obstante, las historias se pueden reescribir. Se pueden trazar nuevos caminos en la Historia , subsanar los errores.
" ¡ Cuánto os hemos echado de menos!- pronunció el rey Felipe VI en su discurso de bienvenida a los judíos que obtuvieron la nacionalidad española , después de acreditar ser descendientes de los expulsados, lo que posibilitó un decreto del 2015.
Tras una diáspora de siglos, una mañana de abril, Samuel emprende el camino de vuelta a casa, en Toledo. Recorre las callejuelas estrechas de la judería que habitaron sus antepasados. Se dirige luego a la sinagoga del Tránsito donde , de rodillas, con lágrimas de llanto acumulado de generaciones trasterradas, exclama emocionado, sin rencor:
-Todo modo de mal, al dip de la mar ke lo ieve
El Dio es tadrozo ma no olvidazo.
Y esas palabras profundas que resuenan con eco en la sinagoga cicatrizan las heridas de la forzada distancia. Esas palabras del retorno mitigan la mirada recelosa del converso en un nuevo amanecer.
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