Uno.

La vida es muy variable. Tenía uno un aparato de masajear los pies y ya no sé dónde para. Una noche me acosté creyendo que me querían y al día siguiente descubrí que se había largado con viento fresco la chica. No sé qué me duele más, si el masajeador o la muchacha. No es el hecho en sí lo que más me duele, sino el qué dirán subsecuente. Al masajeador tarde o temprano lo hallaré, pero sustituta ya no me da tiempo. Soy muy mayor. Voy a morir en soledad.
Uno ya se resiente de todo: cervicales, pies, espalda. Todo él constituye un sistema. Que se está yendo al garete, por cierto. Me imagino el final: ahora que estaba empezando a entenderlo todo.
Dos.

Pues bien. Se cumplieron los pronósticos. Debajo de un mueble se hallaba. Al masajeador me refiero, no a la chica. A esta última la doy por perdida. Como no nos ataba ningún vínculo jurídico ha sido una separación sin quebraderos de cabeza. La imagino en alguna isla de los mares del Sur. Los mares del Sur. Y pensar que me voy a morir sin haberlos visto más que en fotografía. Me hubiera gustado haber sido un nativo de por allí. Pero para toda la vida y sin injerencia extranjera. Me pregunto si los habrá todavía. Allí, a su marcha, pescando en taparrabos y sin más noticia de la civilización que la de la suya propia. Clima bonancible, dieta rica en pescado. Bueno, pero a lo que iba. No estaba hablando de esto. Lo mismo se ha ido a Hawái. Cuando me pregunten lo voy a decir: se ha ido a Hawái una temporada. Luego se olvidan de la respuesta: la gente es muy olvidadiza.

Tres.

No se lo van a creer: volvió de Hawái. Es un decir. No se había ido tan lejos. No he hecho preguntas. Sólo le he dicho que si se las hacen; que diga que ha estado en Hawái una temporada.