En mi familia éramos pobres, pero, como decía el tío Juanico, estábamos hechos unos "celebros". En su piso de sesenta metros, cuando por las fiestas, nos metíamos allí unos veinte- que veníamos del pueblo los allegados( como se dice ahora). Entre grandes y pequeños. Quizá alguno menos. Pero trece o catorce seguro.
Qué cómo dormíamos.
Dos en la terraza, los críos en camas de sillas. En fin, que pernoctábamos. Las camas de sillas había que atarlas con una correa, por abajo, por las patas; y los dos de la terraza tenían que madrugar un poco- más que nada por no dar espectáculo. Pero, como luego nos comíamos los conejos- que había traído la tía Virtudes, también del pueblo- con arroz, se nos olvidaba aquella experiencia de dormir entre seis sillas, tres o cuatro. Y también, nos llevaban al cine, pues la abuela cargaba con toda la prole, como si fuéramos una troupe de gitanos.
Hay que ver. Y ahora casi ni nos hablamos. Y es que siempre pasa- como diría el tío Juanico si viviera- que el hombre es lobo. El tío Juanico es que había leído en su juventud y estaba puesto en cuestiones de filosofía. Fue él el inventor de cama tan precaria para los niños. Y como es lobo, muerde. El hombre me refiero, hubiera concluido el tío.