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Doña Rosa vivirá al tres y al cuatro, acosada por las deudas pero siempre está atenta a los anuncios gubernamentales y en qué etapa se encuentra la votación por el tercer retiro del 10%. Esto último en realidad no le compete, pues jamás impuso un peso en las asociaciones de fondos de pensiones. No es la única. Otros reclaman porque el aeropuerto está cerrado y jamás han salido de su comuna. Pero el tema que le fascina a esta señora y que no puede sacárselo de su cabeza desde que incursionó en la tecnología es esa especie de eternidad que provee a ciertos elegidos y que se la brinda de manera módica pero fugaz la camioneta de Google Maps. Es cierto que su analfabetismo en temas de computación le provoca nutridos sonrojos, pero una sobrina le abrió las puertas a esta tecnología y la fascinación le hizo brillar sus ojos. ¡Tanto asunto por descubrir! Y con torpes dedos, puesto que la señora tampoco es muy letrada, aprendió a buscar ciertas páginas que le interesaban y mucho después, ya más encaminada, navegó por fin por las calles apaisadas de Google Maps. Se sorprendió que en una cuadra el sol brillara majestuoso y en la siguiente, un cielo nublado entenebrecía las aceras. Bueno, su sobrina le explicó que eso se debía a que la camioneta fotografiaba en diferentes días y esa y nada más que esa era la razón porque se producían esos originales cambios de clima.
Ya más instruida en estas consideraciones, doña Rosa dos días después pegó un brinco cuando buscando en las calles de su barrio apareció doña Edelmira del brazo de su esposo. El pobre señor, fallecido hace cinco años, en la fotografía rebozaba salud o mejor dicho, la sorpresa de doña Rosa se explicaba porque él estuviese vivo, aunque se le notaban bastante los achaques. De su rostro nada podía expresar puesto que el programa se lo había difuminado para evitar futuras complicaciones legales.
¡Cinco años bajo sepultura y aún caminando por las calles! ¡Eso sí que podría llamarse inmortalidad!
Estas elucubraciones sobresaltaban a doña Rosa, sobre todo cuando descubrió a otros vecinos transitando por las calles del barrio, felices y rozagantes, reconocibles aún tras el borrado de sus facciones.
Ese descubrimiento transitó de mala manera por su mente, se le enroscó en alguna parte de su entendimiento para transformarse en una idea fija: ella también quería ser inmortal.
A los que les contó de esta determinación le respondieron con una expresión de sorpresa mayúscula. Don Pancho, un vecino, le expresó de la manera más atildada posible que una fotografía borroneada en Google Maps valía mil veces menos que todo el respeto y admiración que se había granjeado en el barrio por su generosidad y compromiso. Que por eso y por mucho más sería eternamente recordada por todos los vecinos. Otros le expresaron palabras similares. Incluso, doña Emeteria le ofreció tomarle muchas fotografías en las diversas arterias de la comuna para después repartirlas por el barrio. Es decir, un sucedáneo de la aplicación, pero, por supuesto,más artesanal.
Cuando algo se establece en esa región que media entre ceja y ceja, nada ni nadie puede sacarlo de allí. Por lo que doña Rosa, muy emperifollada, aguardaba tardes enteras sentada en la puerta de su casa. Como era viuda, nadie podría exigirle nada. Almorzaba con un ojo puesto en la esquina y dormía con el otro a medio cerrar. Y apenas aclaraba, con un café en una mano y un sándwich en la otra, se apotingaba en una silla de paja, saludando a los viandantes.
Los árboles perdieron su fronda y tras ese despelucamiento, la recobraron al arribo de otra temporada. Indiferente a esto, doña Rosa aguardaba con mirada perenne la anhelada aparición de la camioneta. Los meses dieron paso a los años, la señora se encorvó y al final transó con los preocupados vecinos que se ampararía en el comedor de su vivienda. Nada más le preocupaba, ni esos implacables dolores provocados por su artritis ni el temblorcillo que se apropió de su cuerpo. Tras las ventanas, aguardaba, sólo aguardaba, sin siquiera contemplar la vida que le otorgaba movimiento a las rutinas y gargantas afinadas a los pájaros. Esa idea fija, aprisionada ya entre los profundos pliegues de su frente era su motor y su urgencia.
Esa tarde, mientras el sol caldeaba las aceras y algunos muchachos pateaban una raída pelota, doña Rosa ya no pudo sostener sus huesos y se fue desplomando con una lentitud y un dramatismo propios de los grandes hundimientos. Y ya en el piso, avasallada por los designios, silentes sus labios y con los ojos entrecerrados, percibió de algún modo la vibración en ese piso de tablas que la acogía y que ella malamente asoció con el extemporáneo paso de la camioneta que ya jamás la inmortalizaría.













Texto agregado el 17-04-2021, y leído por 129 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
21-04-2021 Google maps nos hace inmortales ocupando un lugar en la vereda aunque ahora sean otros los habitantes de la casa. Muy original tu relato, muy de tiempos virtuales. Me encanto. jaeltete
18-04-2021 Como siempre, una prosa interesante sobre un personaje de los que abundan. Yo misma no me explica qué hace en mi chacra —según el Google maps— esa huerta bajo cubierta prolijamente apuntalada, cuando yo misma la vi la semana pasada, cómo se había venido abajo después de varios años de abandono. Un abrazo Clorinda
17-04-2021 —Has escrito una excelente crónica de la actualidad virtual que vivimos y que doña Rosa no alcanzó a disfrutar de verse en la pantalla. Y es posible que la camioneta haya pasado al día siguiente de su muerte y filmó un cortejo rumbo al cementerio. —Yo siento nostalgia al rastrear en Google Earth, veo mi calle, mi patio y allí virtualmente aún tengo estacionada la camioneta Chevrolet Apache, verde musgo, de año 1995, que tuve hasta el 2002—Saludos y un abrazo. vicenterreramarquez
17-04-2021 Bien original e impecablemente escrito acorde a tu estilo. Me encantó Guidos! Un beso tierno. MujerDiosa
17-04-2021 muy entretenido, saludos Atayo
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